La semana anterior me referí al “narcodesplazamiento” y hoy a la “narcodeforestación”, pero podría escribir una serie que retrate la vida nacional, en la que ese prefijo hace presencia absorbente: narcocorrupción, narcoviolencia y narcoterrorismo, narcopolítica, narcoeconomía, por supuesto, y hasta el narcoacuerdo que nos vendieron como “de paz”, pero escondía la claudicación en la lucha contra esa maldición que algún dios protervo lanzó sobre Colombia hace ya 60 años: el narcotráfico.
En este país de generalizaciones, los narcoterroristas que atacaron a la ganadería durante décadas, la izquierda democrática que la estigmatizó, y el santismo que la persiguió desde el poder, se unieron en la narrativa de “la ganadería” como principal culpable de la deforestación; narrativa que compraron los ambientalistas y algunos medios, no siempre bienintencionados.
Muestra de ello es la reciente “investigación” de Caracol, que aplaudo por denunciar la deforestación, creciente y pública, como los sembrados de coca. ¿Cómo ocultarlos, si son los mayores del mundo? Lástima que se hubiera quedado en la acusación generalizante contra “la ganadería”, con tomas de animales por doquier. Lástima que no hubiera captado los cultivos, los laboratorios, la devastación minera y los troncos de la tala ilegal viajando por los ríos, protegidos por la negligencia -¿corrupción?- de las autoridades ambientales, que parecen ciegas frente a las enormes y evidentes cicatrices de la coca.
La deforestación amazónica no se explica con el cuento de unos ganaderos abriendo parches en la selva. Como reconocen los investigadores, requiere de enormes capitales, que no son ganaderos, sino de las empresas criminales con presencia en esas lejanías, en una macabra asociación de narcotráfico, lavado de activos y contrabando de ganado.
Fácil afirmar que, en pocos años, el hato bovino del Guaviare se duplicó, sin preguntarse por semejante milagro de fertilidad; sin entender que se trata de una inmensa operación de contrabando desde Venezuela, que durante el gobierno Santos logró entrar al país más de cinco millones de cabezas.
Fácil afirmar que después de la firma del Acuerdo fariano aumentó la deforestación, sugiriendo que fue gracias a que las Farc abandonaron los territorios y, entonces, llegaron unos ganaderos a talar selva. ¡Mentira! Las Farc se fueron, pero quedaron las disidencias, los elenos y las mafias, y si aumentó la deforestación fue “por culpa del Acuerdo”, pues, como parte de las negociaciones, se abandonó la lucha frontal contra el narcotráfico.
Son esas mafias las que acaparan tierras y talan para tener control territorial y asegurar sus cultivos ilícitos, las rutas de la droga, la minería ilegal y el comercio también ilegal de madera, un negocio de 750 millones de dólares anuales. En 2017, según el Ideam, el acaparamiento, los cultivos ilícitos y la minería ilegal fueron responsables del ¡74%! de la deforestación.
Quiero ser claro: Si hay ganaderos talando ilegalmente para expandir sus explotaciones productivas, o si hay mafias, como las hay, metiendo ganado de contrabando para legalizar su devastación, pues para eso están las autoridades y la justicia.
Fedegán no representa a esa ganadería, sino a un sector formal e importante de la economía nacional, una actividad legítima y definitiva para la producción agropecuaria, la vida rural y la seguridad alimentaria.
Fedegán, por el contrario, es líder en sistemas amigables con la naturaleza. Su programa “Ganadería Colombiana Sostenible, con apoyo del Banco Mundial y el Reino Unido, fue el piloto más ambicioso en este campo en América y, quizás, en el mundo, y señaló el camino para la “Nueva Ganadería Colombiana”.
Es algo que deberían conocer primero nuestros acusadores de oficio, porque “la culpa no es de la vaca”, sino de la narcodeforestación.
@jflafaurie