Es posible que uno de los grandes impedimentos para el avance de la humanidad sea la dicotomía entre el bien y el mal. Sin duda ese planteamiento fue útil en algunos pasajes de la historia, como una manera de distinguir las acciones que llevan a la armonía e integración, de las acciones que generan desazón y separación. Ello favoreció la discusión ética y la formulación de leyes, bases para la construcción de las diferentes civilizaciones. El lío fue cuando a eso, al menos en Occidente, se le atravesaron los juicios morales, que reducen las acciones humanas (incluidos los sentipensamientos) a lo bueno y lo malo, a los buenos y a los malos, una separación artificial que termina por no dar cuenta de los procesos de aprendizaje que tenemos como humanidad. Sí, como en el relato bíblico de la separación de aguas, quedaron separados los hombres y mujeres buenos de los malos, las acciones buenas de las malas. Perdimos la noción de totalidad.
Este asunto del bien y el mal es bastante relativo: depende de la amplitud o estrechez de la perspectiva espiritual, así como de cada cultura. Es por ello que para un yihadista islámico esté bien inmolarse en nombre de una guerra santa, y para un familiar de alguna de las víctimas sea un hecho espantoso y condenable desde todo punto de vista, una perversidad. Si la perspectiva espiritual es corta, es decir, creer que después de la muerte no existe nada más y que solo vivimos en este planeta 85 o 95 años, el panorama es desolador: muchas vidas desperdiciadas, vilmente asesinadas, unas muertes prematuras, un daño irreversible. Pero si la perspectiva espiritual es más amplia y creemos que la existencia es un continuo de múltiples encarnaciones a las que venimos sucesivamente a perfeccionarnos, el tema toma otro cariz.
Nada justifica un crimen, ocurra este en Francia, Kenia, Yemen, Siria o Turquía. Sin embargo, la perspectiva existencial ampliada permite tener otras comprensiones acerca de lo que sucede: somos transeúntes en un viaje eterno, con múltiples paradas, vidas, como lo reconocen el Budismo y el Islamismo y como lo aceptaba el Cristianismo en sus albores. En esas travesías nos equivocamos de múltiples formas: asesinatos, extorsiones, violaciones, difamaciones… Aunque nos cueste reconocerlo, nos hemos equivocado todos, en cada etapa de la existencia. Este planeta no es de ángeles, es de seres en proceso de evolución, que se equivocan. Entonces, ¿Qué está bien y qué está mal? ¿Puedo juzgar el error del otro como peor que el mío? ¿Puedo condenar tan fácilmente? ¿No será que esos que matan y yo somos más parecidos de lo que mi ego quiere reconocer? ¿No será que conformamos la misma totalidad?