Como quien logra por un período de tiempo olvidarse de sus problemas y dedicarse a los placeres de la vida, la atención del país está volcada hacia Cali con la Conferencia de las Partes. La COP 16 es la Conferencia de las Naciones Unidas sobre biodiversidad, donde se discutirán y negociarán los temas más importantes y sensibles que regirán en los siguientes años el destino del planeta alrededor de temas relacionados con la conservación y el uso sostenible de la diversidad biológica.
El que es “el evento más importante en Colombia en los últimos 50 años”, según comunicados de prensa de la Presidencia de la República, ha quedado también retratado en titulares de medios como el espacio de puja política entre el Gobierno Nacional y los gobernantes locales -boicot y abucheada paga incluida-, tratando de asegurar ante la audiencia quién se lleva el mérito de ser el líder que jaloneó la celebración que hizo que la capital del Valle apareciera mencionada en distintos medios del mundo.
Por otra parte, ese mismo evento ha servido para que en este país ignoremos una realidad espeluznante que todos los días se vuelve más dolorosa: en Colombia, en lo corrido del año van, según cifras de medicina legal más de 375 niñas y niños asesinados y violados. TRESCIENTOS SETENTA Y CINCO y, ante la mirada díscola de colombianos y comunidad internacional, que estamos muy ocupados contando cuántos titulares encabeza la COP, en cuántos se menciona a Cali, en cuántos a Eder, y en cuántos al Armagedon; la cuenta sigue.
Esta semana, pero solo por un par de días, por ejemplo, los titulares nacionales se le dirigieron a Sofía Delgado, la niña de 12 años masacrada por su vecino y asesino confeso, Brayan Campos. Brayan es otra de las miles de bestias que ante la conciencia de impunidad que se pasea rampante en este país, se ensañan sin temor ni escrúpulos contra niños y niñas, acabando sueños, familias y vidas. Brayan, es otra de las miles de bestias que debían haber estado presas pero que, por la ineficiencia de nuestro sistema (el Inpec no pudo llevarlo a la audiencia presencial), se vio beneficiado por la figura del vencimiento de términos y andaba libre como el viento, como cualquier vecino, en Candelaria (Valle). Brayan, quién ya había sido acusado por violación en 2018 y que en septiembre del 2024 había intentado raptar a otra niña, pudo moverse a sus anchas porque para el sistema judicial colombiano no está claro aún el mandato del artículo 44 de la Constitución que ordena la prevalencia de los derechos de niños y niñas sobre los de cualquier otro.
Prueba de eso, el proyecto de reforma a la justicia impulsado activamente por la Fiscalía de Luz Adriana Camargo, el Gobierno Nacional y la Corte Suprema de Justicia, que hoy se tramita frente al Congreso (el mismo Congreso que aprobó la reforma pensional, el mismo que avaló en segundo debate la reforma laboral, el mismo que hoy está salpicado por los peores escándalos de corrupción de la última década). Con malabares argumentativos injustificables para cualquiera que crea en los principios liberales y de justicia, este peligroso proyecto de reforma pretende en su artículo 7 otorgar beneficios para quienes cometan delitos como secuestro, homicidio y abuso sexual contra menores de edad que, de allanarse a los cargos o lograr preacuerdos y negociaciones con la Fiscalía, podrían ser beneficiados con la mitad de la rebaja de la pena prevista.
Colombia no lo puede permitir. Hablaba hace unos días Roberto Angulo sobre la corresponsabilidad de familia, comunidad y Estado, a la que obliga la Constitución en garantía de los derechos de los niños. Como comunidad y como familias, no podemos admitir que en este país se siga legislando en privilegio de los criminales y en detrimento de los más débiles para quienes su seguridad, vida e integridad, no tienen otro defensor que nosotros y la valía con la que asumamos este mandato constitucional.
Sé que muchos como yo, no admitiremos un modelo que, aprovechándose del poder del Estado hoy en manos de exdelincuentes -si es que ese tipo de personalidad existe-, proteja al agresor llevándose por delante la vida de niñas y niños. Cueste lo que nos cueste. Que de eso no quede duda.
***
Para finalizar, dicen que uno no le puede desear la muerte a nadie. Pero a Brayan y a los miles de Brayan que habitan impunemente este país solo les deseo una muerte dolorosa. Muy dolorosa. La más dolorosa.