El mundo vive una auténtica emergencia sanitaria debido a la aparición de un nuevo coronavirus Covid-19, infección zoonótica que se originó en el mercado de vida silvestre en Wuhan- China y científicamente hay razones para sostener que los huéspedes y por tanto los responsables de transferirlo a los humanos, hayan sido murciélagos o pangolines.
Colombia es un país que aún mantiene prácticas de consumo de carne asociadas a la vida silvestre. Se consume babilla, armadillo, chigüiro, hicotea, huevos de iguana, mojojoy, hormigas culonas, borugos, venados, guaras, dantas, marranos de monte de labio blanco, caimanes, conejos, tiburón bebé (Tollo), en fin un sinnúmero de especies que no podemos detallar pero que definitivamente debe ser revisado por las autoridades básicamente por dos razones esenciales: la primera, porque gracias a esa cultura de consumo se está ejerciendo una gran presión que incluso está poniendo en riesgo a las especies y, segundo, porque justamente en un mundo cada vez más poblado y globalizado el consumo no controlado pone en riesgo la salud pública.
Pareciera que el centro de la discusión sobre las medidas a tomar pasa por revisar el valor cultural que está asociado al consumo de vida silvestre, muy poco por el impacto en la dieta de quienes acuden a dicha fuente alimentaria. Por estas épocas de Semana Santa es muy común que los mercados de ciertas zonas del país exijan carnes blancas y aparecen así las sacrificadas iguanas, tortugas hicoteas y babillas, solo por mencionar algunas especies que pareciera están llamadas al sacrificio ante el altar de la ignorancia, pues a pesar de las múltiples campañas y de las dificultades que años tras años se evidencia en su consecución se siguen exigiendo como en otras épocas.
No desconocemos que el consumo de ciertas especies esté asociado a la dieta de comunidades que verdaderamente mantienen su entorno cultural, estamos hablando de poblaciones nativas y que, de alguna manera no es difícil ubicar por su distanciamiento de los hábitos mayoritarios, también es cierto que la inmensa mayoría de la sociedad colombiana tiene hábitos alimenticios donde el consumo de especies silvestres no debe catalogarse como esencial, por tanto esas prácticas deben ser revaluadas como sociedad.
El problema real es conciliar los riesgos biológicos de mantener esa práctica y del otro lado la sostenibilidad de las especies; estamos en un momento donde se impone regular el consumo de carne silvestre y adoptar medidas que garanticen la protección de la sociedad de posibles amenazas de enfermedades zonticas disminuyendo, de paso, lo máximo posible los niveles de riesgo de las diferentes especies que mantienen en la dieta de los colombianos, que unido a ese consumo irracional está poniendo en riesgo la riqueza biológica, de paso de manera silenciosa vamos abonando el terreno para desatar quien sabe qué pandemia.
Tal vez lo que debe hacerse, y será una tarea prioritaria una vez superada la crisis, es abordar esta problemática con un planteamiento contextualizado que permita, desde una visión científica, revisar los riesgos eventuales de mantener esas prácticas, definir y permitir su consumo en los lugares donde siga estando asociada a su dieta, solamente si no representa riesgo aplicando los debidos protocolos de seguimiento y control. El consumo cultural debe ceder ante la necesidad de proteger la salud pública.
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