No nos digamos mentiras | El Nuevo Siglo
Viernes, 23 de Septiembre de 2016

"Hoy tenemos motivos para la esperanza, pues hay una guerra menos en el planeta" dijo el Presidente Santos en Nueva York, ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Respaldo total en una de las instancias más significativas de la Tierra.

Presidentes, pontífices, intelectuales, empresarios, militares, ciudadanos en todos los idiomas,  han celebrado nuestro proceso de paz.

Pero no todos en esta gran casa de 48 millones de habitantes comparten la bienaventuranza que el mundo siente por nosotros; ni todos están interesados en construir un país humanamente viable, si para ello es preciso renunciar a ciertos paradigmas que han regido nuestra inequitativa y tantas veces hipócrita sociedad.

Las víctimas están dispuestas a pasar la página para que nunca más alguien vuelva a sufrir lo que ellas sufrieron.

Pero otros dicen que  el costo es muy alto, que la letra menuda es  peligrosa, que los vecinos están pasando hambre, que... en fin, cien cosas -unas reales y otras maléficamente inventadas- urdidas casi siempre por quienes menos muertos le han ofrendado a la guerra. Es como si las balas en piel ajena, fueran eso: siempre ajenas.

Han sido claros y conscientes mis  héroes del siglo XXI,  Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo: El acuerdo no es perfecto; es el mejor que se podía lograr. Ninguna solución después de 52 años de guerra puede ser perfecta. Pero sí puede ser infinitamente mejor que la perpetuidad de la muerte.

Entendamos que nadie con un electroencefalograma moderadamente activo aceptaría entregarse para pasar los próximos 40 años de su vida encerrado en un calabozo. No le pidamos peras al olmo, y menos a unos olmos inmersos durante  medio siglo en una cultura de sangre y fuego.

Respeto  a quienes hacen campaña por el No con argumentos derivados del estudio concienzudo del acuerdo. No comparto sus miedos, pero valoro su derecho al disenso.  Lo que encuentro vergonzoso es que otros amañen las cosas para vender conceptos falsos y llenar de telarañas la cabeza de los indecisos.

La impunidad cotidiana en la que ya vivimos (con acuerdo o sin él) parece no importar a algunos. Lo que les aterra es la  concertación de penas y sanciones, producto de una negociación para alcanzar la paz.

¿Alguien cree que vivimos en un país justo? Nuestra justicia sufre enormes vacíos, actos de  corrupción y abandonos. No nos digamos mentiras: no estamos entregando la más justa de las naciones al más impune de los futuros. Un proceso de negociación implica eso: ne-go-ciar. Ceder, conceder, mirar el  6 con cara de 9 y viceversa. De lo contrario  no se llamaría negociación sino devoración, supremacía o pisoteo.

Derrotar al adversario no es la opción socialmente más productiva: es ser más fuerte que él, no necesariamente más sabio, ni más útil, ni mejor ser humano.

Un mundo partido entre vencedores y vencidos está condenado al fracaso.  Si  los insurgentes aceptaron cambiar balas por palabras, y las diferencias ya no se resolverán en el cementerio sino en el Capitolio, tenemos la obligación moral de votar #ObvioQueSi y prepararnos para concebir un nuevo y retador país: una Colombia desarmada, no desalmada.

ariagloria@hotmail.com