Siguiendo la pista de la reflexión moral, no tanto desde la teoría, sino desde la misma práctica y a partir de los hechos que se suceden a diario, salta a la vista una especie de angustia del ser humano de hoy. Todo parece indicar que a muchos hombres y mujeres de nuestra época se les ha instalado en la cabeza la idea de que es una obligación poder vivir como un sibarita, es decir, en medio de toda clase de placeres, lujos, comodidades, flujos de dinero sin límite, viajes, objetos, etc. Y como esa vida no se logra tan fácilmente ni tan rápidamente, es posible que la mente y el corazón se empiecen a torcer y a engendrar ideas y acciones que rompen los rieles de la ética y la moral. Poco a poco se va perdiendo el sentido de los límites, de lo que se debe y lo que no se debe hacer y la vida se convierte en transgresión permanente.
Una de las pruebas de lo anterior, es, por ejemplo, el tamaño de los robos o sobornos o desviación de recursos que se dan en la sociedad. Ya no se tumban un millón, ya no piden dos millones para dar el contrato, ya no se llevan tres millones de los ahorradores. Ahora todo es por cientos o miles de millones de lo que sea. Y cuando atrapan a estos bandidos y van contando cómo vivían pues lo que se deduce es que toda esa maldita inmoralidad es para darse la gran vida, para hacer inmoralidades todavía mayores, para hacer del exceso la ley de la vida. Es algo así, en términos de los problemas colombianos, como asumir el modelo narco en el estilo de vida. Al mismo tiempo, con esta forma de existir, pues hay un verdadero sentimiento de asco hacia la sencillez, la austeridad, la suficiencia, el ahorro preventivo. “Comamos y bebamos que mañana moriremos”.
Es increíble la forma como este corrupto sibaritismo ha logrado seducir gentes de todas las condiciones: al narco, al contrabandista, a quien majea dineros ajenos, a los que contratan con el Estado, a algunos funcionarios del mismo, a personas con toda la educación para ser los mejores seres del planeta e incluso a algunos que predican al Cristo pobre y humilde. Detrás de este “modelo” de vida hay una negación del valor del trabajo, la laboriosidad, la responsabilidad social. La única meta es la riqueza a como dé lugar y el consumo desenfrenado de la misma. Y esto en una sociedad todavía pobre como la nuestra es una tentación muy fuerte. Pero ese no es el camino. Se requiere temple moral para no caer en esta tentación que autodestruye y roba a la sociedad.