“No quiero estar aquí” | El Nuevo Siglo
Domingo, 23 de Abril de 2017

Ya no hay reunión humana, pequeña y familiar o grande e institucional, en la cual muchos de los asistentes no estén pendientes sobre todo de su teléfono celular y poco atentos a los que sucede o se dice en la reunión. Ocurre entre las parejas en los restaurantes, en los alumnos en clase, en los cumpleaños de las familias, en las conferencias de todo tipo, en las celebraciones religiosas, en los grados, en las reuniones de trabajo, en los entierros, en el bus, etc. Da la sensación de que mucha gente, muchísima, no quiere estar donde se encuentra físicamente y de ahí que esté conectada con otra realidad que se desarrolla a distancia. O, a lo mejor si quiere estar, pero su mente está parcialmente ausente u ocupada de otras cosas. Me atrevo a afirmar que estas multitudes conectadas en el celular, más que un acto de mala educación, están dejando ver, en general, descontento por lo que hacen.

Esto que se describe no deja de ser una curiosidad. En efecto, se afirma con mucha facilidad que el mundo moderno ha traído inmenso bienestar a las personas y eso parecía cierto y absoluto. Pero, por lo visto, también ha dejado crecer la sensación de insatisfacción permanente. Nada es suficiente, nada alegra del todo, nunca hay comodidad acabada, pocas veces se está con quien realmente se quiere estar. Todo lo que tiene carácter de obligatoriedad normal -ir al trabajo, ir a estudiar, estar en familia- parece estar cargado de un malestar subyacente que, con el celular, ha subido a la superficie sin mucha resistencia. Pero si la persona estuviera en el “allá” con el que la comunica el móvil, seguro que se estaría conectando con otro lugar u otra persona. Es como si los seres humanos no encontraran puerto tranquilo dónde anclar siquiera por unos minutos.

¿Qué nos habrá vuelto tan escurridizos e insatisfechos? ¿Por qué será que nada nos contenta? Vivimos como persiguiendo una felicidad que quizás ni siquiera sabemos en qué consiste, pero corremos día y noche en pos de ella. Nos incomoda de alguna manera la quietud, el reposo, el gusto por estar de lleno en algo, bien sea trivial o sublime. Somos seres agitados, pero en el principio no era así. En aquel lejano principio la característica era la armonía con todo: con Dios, con uno mismo, con los demás, con la naturaleza. Podríamos sugerir que la humanidad será distinta cuando recupere un poco de quietud, de presencia real, de mirada a los ojos, de alegría en lo que está dentro de uno y frente a uno. Por ahora somos una humanidad muy distraída.