Si cuando apareció el Covid-19 hubiéramos tomado en serio lo que estaba pasando en China y otros países, habríamos podido cerrar nuestro país, y verdaderamente retrasar la llegada del virus. No lo hicimos. Hasta pocos días antes de la llegada del virus a Colombia muchas autoridades del país decían que se trataba de una “gripa fuerte”; muchos acusaban de crear pánico a quienes traíamos el tema. En aquella actitud solo veo que no queríamos creer lo que estaba sucediendo.
Miles de críticas son posibles, porque una vez el tiempo ha pasado parece obvio lo que se debió haber hecho. Miles de críticas serán posibles en todo lo que viene, pues esta es una situación sin precedentes; y tiene muchas aristas terribles que aún están por venir. Esta es una situación tan extrema que nadie estaba en condiciones de saber cuál era o es la mejor decisión.
Algunos pretenden tener la solución definitiva, la verdadera. Tal tipo de providencia no existe. Hay muchas ideas, pero no hay soluciones perfectas. Cada decisión tiene aspectos positivos y negativos. ¿Cerrar el aeropuerto e impedir el regreso de colombianos que buscan reunirse con su familia? ¿Detener los sistemas de transporte masivos, el transporte intermunicipal y fundir la economía?
Podemos observar -casi en tiempo real- lo que está sucediendo en otros países con muchas estrategias y resultados ambiguos. Pareciera que no hay nada claro. Se ha insistido en la necesidad de tener muchísimas pruebas para detectar los enfermos y aislarlos de manera inmediata; hoy hay voces que sostienen que si la pandemia empieza a crecer demasiado no habrá capacidad para hacer las pruebas, y por lo tanto, los recursos de las pruebas estarían mejor invertidos en máscaras de oxígeno y respiradores; incluso subsidios.
Plantean una falsa tensión entre la vida humana o la economía. Nada más absurdo, la economía no existe por sí misma, es una característica de la vida humana actual. Las recesiones y las crisis económicas también matan, matan de hambre. Claro que es fácil pensar en que todo pare y detener de una buena vez el contagio; y sin embargo: ¿Qué pasará con las tiendas de barrio que tienen que cerrar, y de cuyos ingresos dependen familias? ¿Qué pasará con las personas que viven del trabajo del día, como los vendedores ambulantes? ¿Qué pasará cuando las empresas empiecen a despedir a todos los trabajadores, o a suspender los contratos, de qué vivirán esas familias? ¿Qué pasará con las deudas? ¿Qué pasará con los proveedores? ¿Habrá desabastecimientos?
Nadie puede conocer las respuestas. No hay forma de conocer los costos sociales reales de las medidas, ni los comportamientos humanos que de ellas se derivarán. Suspender las clases de los niños parece una buena idea, pero ¿Cuál será el impacto sobre su nutrición? ¿Su bienestar?
El “simulacro” -que no simula, sino que es un toque de queda de 4 días- tendrá consecuencias positivas en su capacidad de detener el contagio del virus; pero inicia un camino muy difícil para la economía de las familias bogotanas. Si las empresas no venden ¿De qué van a vivir los trabajadores? ¿Qué pasará la economía informal? ¿Tenemos suficientes recursos para responder a esa crisis social?
Esto apenas empieza, será una época difícil, de decisiones muy complejas; no hay un milagro a la vista. Hay esperanza en la susceptibilidad del virus al clima, en el desarrollo de la vacuna, en nuevos tratamientos, en la evolución hacia un virus menos letal… Mientras tanto tengamos calma a la hora de criticar.