Es evidente que en el ambiente actual hay una lucha innegable entre dos formas de ver el mundo, las personas y la vida. Una plantea la vida como un olvido que llegaremos a ser, es decir, como un momento muy fugaz ante el cual lo único válido es vivir cada instante según instintos, sentimientos, inclinaciones espontáneas. Después, al terminar, el olvido será la fría ley que consumirá todo lo vivido. La segunda forma no cree en el olvido sino en lo que se llegará a ser. Y para llegar a esa nueva forma de ser esta vida es camino, promesa, lucha por ir construyendo esa nueva realidad, en términos religiosos, realidad gloriosa. En la primera forma la única referencia es el yo; en la segunda, la referencia es Dios que llama a una vida plena.
La lucha actual es apenas lógica para la época que vivimos. Hartos de una razón científica que iba a llenar de alegría y sonrisa la existencia, pero que no lo logró, la creatura humana se abandonó en los brazos de las emociones y los sentimientos y renegó de la razón y hasta de la conciencia. Y esta post-modernidad es esencialmente apasionada, sorda a la razón y al principio moral, es pelotón de fusilamiento para cualquier luz que venga de la mente o del más allá. El hombre es lo que siente y desea ya. Y en este panorama un deber ser de origen trascendente, de carácter espiritual y moral, de valor universal, no tiene ninguna cabida. Cada individuo es su propia ley y su ley máxima es el sentimiento de cada momento. No hay nada más importante y no se aceptan voces externas que señalen caminos.
Sin embargo, esta emotividad a máxima revolución agota pronto su energía y todas las mañanas, al salir el sol, se hace necesario emprender una nueva aventura para conseguir cómo sobrevivir. Es que en un parpadear se escapa el yo sentimental. La propuesta cristiana siempre ha sido, y de ahí que sea a ratos incómoda, la de trazar caminos definitivos y pasos precisos en busca del deber ser que no es otro que el que Dios espera de cada persona y para el cual lo ha capacitado. A veces coinciden los planes de Dios y nuestras emociones, a veces no. Razón, conciencia, fe, moral, gracia, inteligencia, también emociones, son algunas de las herramientas que el Creador ha puesto en cada corazón para que cada vez sea más y llegue a ser eterno, inolvidable. La negación de todo esto es el hombre consumidor. Incluso de emociones. Termina consumiéndose a sí mismo.