Cuando escuchamos y vemos noticias como la de la violación de la niña Hilary en Transmilenio quedamos de una sola banca, e igualmente desconcertados cuando observamos la reacción de mujeres que van a “destruir el sofá”, estaciones y buses del sistema masivo, como autoflagelándose, como si ellos tuvieran la culpa y como si ellas no los necesitaran luego para viajar, y más perplejo queda uno al conocer las declaraciones del omnipotente -y nunca presente, ni para una foto- presidente de la República (especie de “Otoño del Petrarca”): “la víctima fue activista en mi campaña presidencial”, como queriendo politizar un crimen execrable, como si el miserable abusador (muerto al día siguiente en su sitio de reclusión) tuviese tal móvil o motivo determinante para realizar el hecho punible.
Todo el episodio es despreciable, pero también tiene tintes macondianos porque Hilary, como “Remedios, la Bella” (hija de Arcadio y Sofía de la Piedad) encendía el deseo de los hombres y el primero que abusó de aquélla en el articulado murió al poco en una celda, suerte fatal que compartirían todos y cada uno de los depredadores ficticios de Remedios en la clásica novela garciamarquiana. Concatenando crímenes execrables, el otro desmadre, el del niño Maximiliano, torturado y asesinado -ingrata coincidencia- en Remedios, en medio de rituales macabros urdidos por su propia madre, su padrastro (más sospechoso que un padrastro sin trabajo) y su abominable abuela, como extraída de “La Increíble y Triste Historia de la Cándida Eréndira y su Abuela Desalmada”, y todo por buscar tesoros, invocando al diablo, enterrados en las agrestes montañas antioqueñas.
Crímenes infames, como para amplificar el tema recurrente de las novelas del gran escritor Leonardo Padura -con su personaje central, el policía investigador Mario Conde- a quienes bien les convendría una rodadita por Colombia, donde encontrarían noticias y casos que les servirían de inspiración, como el del entramado éste que estoy leyendo “Personas Decentes”, repleto de asesinatos y desmembramientos macabros de prostitutas y encumbrados personajes corruptos de su Cuba natal. Es que en Colombia la maledicencia de ciertos especímenes humanos – infanticidas, feminicidas, parricidas, violadores- que no merecen sino la pena capital, está superando, con creces, la ciencia ficción. Es la “Pa -dura” realidad…
Post-it. Excelente trabajo de investigación de los historiadores Gilberto Ramírez Espinosa y Juan Sebastián Pacheco, con el sello editorial de la Universidad Sergio Arboleda, sobre el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, y con ellos coincido plenamente al concluir que “La responsabilidad de las Farc presenta más dudas que certezas y estas dudas se suman al historial de desviaciones en la investigación sobre el magnicidio que sigue en la impunidad". Porque a ese señor Julián Gallo, alias Carlos Lozada, quien hoy funge -para vergüenza nacional- como senador de la República, no se le puede creer ni lo que reza y con su mediocridad no alcanzaría, jamás, a ganarse el estatus de “magnicida”.
Post-it 2. El Cristo del Palacio de Justicia, rescatado de entre las cenizas por la barbarie del M-19 y de don Pablo Escobar acaba de ser declarado por el Ministerio de Cultura como “Bien de Interés Cultural del Ámbito Nacional”. ¡Vaya magnanimidad, ministra Ariza! ¿De cuándo acá nuestro señor Jesucristo necesita de declaraciones terrenales de los ateos para perpetuarse como Rey de Reyes? Gracias.