Vamos a escribir una columna que nunca pensé y mucho menos espere trazar, porque a estas alturas de la vida especulé que había visto todo. En estas calendas plenas de odios, luchas y querellas, asistimos a levantar los cuerpos de subalternos muertos, calcinados, estaciones de policía demolidas, concurrimos a honores fúnebres multitudinarios, presenciamos familias desconsoladas, heridos desorientados, sufrimos la tristeza de perder amigos, compañeros, subalternos y aún superiores, todos apreciados, estimados y respetados. Sí, la vida fue dura con los hombres que vestimos el verde oliva por esas épocas, fueron muchas las historias y exagerados los recuerdos del sacrificio rendido por compañeros en aras de la patria y sus instituciones.
Pero pensar que nuestra Escuela de Cadetes de Policía General Francisco de Paula Santander, Alma Mater, faro y guía de la institución, fuera objeto de atentado terrorista, nunca revistió la mínima posibilidad por múltiples razones, especialmente porque la escuela -tan cara a los sentimientos institucionales- fue concebida como centro del conocimiento, la formación, el saber y la organización policial, en ella se respira un ambiente académico de gran altura; desde 1940 año en que inicio su vida académica, viene formado hombres y mujeres que han escrito la historia de Colombia con sacrificio, dedicación, entrega y sangre.
No cabe en mente alguna que unos jóvenes adolescentes, dedicados al estudio, buscado una formación profesional y sin la instrucción necesaria para hacer frente a los enemigos agazapados, ventajosos y traidores de la paz, por no haber llegado su momento de empuñar las armas de la patria, deban pagar con su vida actos terroristas salidos, como es usual, de todo fundamento y análisis racional.
Qué decir de las familias a quienes desde estas líneas hacemos llegar nuestro respetuoso saludo y condolencias, esos padres que entregaron sus hijos a la policía, que en medio de sollozos los despidieron en la puerta de muralla, esperando verlos salir por esa misma puerta, formados como oficiales de la Gloriosa Policía Nacional de Colombia. ¡Qué tristeza! Los terroristas y enemigos de la paz enlutaron el país, los hogares y la institución, negándole a Colombia el honor de contar con estos muchachos, que de seguro habrían ofrendado sus vida como reza en nuestro juramento, pero luchando, enfrentado la delincuencia de todo pelambre, dando la cara, cumpliendo con su deber y no a manos de cobardes delincuentes, que ante el poco riesgo por tratarse de jóvenes estudiantes, como lo venimos decidiendo, atacaron el corazón de la Policía Nacional de Colombia.
A los mandos nuestra solidaridad y respeto, sabemos que nunca claudicaran frente al reto; a los alféreces y cadetes la mayor de las consideraciones por seguir la senda aun con tan vil amenaza y a las madres que nos siguen entregando sus hijos, gracias por parir héroes.