Todo el tiempo estamos haciendo elecciones. ¿Desde dónde lo hacemos? Desde la sinceridad con nosotros mismos o desde el afán por aparentar. No hablo aquí de cargos o posesiones; estoy hablando de emociones, de permitirnos ser para trascender.
¿Qué responderías ahora si te pregunto cómo estás? ¿Desde lo que realmente sientes? ¿O con respuestas automáticas, que ocultan lo que hay? Pueden surgir algunas frases de cajón que, no lo puedo negar, también yo usaba en el pasado: todo muy bien; súper, todo marchando; y la campeona de lo superlativo: ¡excelente y mejorando! Me parece maravilloso poder responder así cuando la respuesta es genuina y corresponde a lo que en verdad está ocurriendo en nuestras vidas. Como también me parece peligroso responder así cuando aquello que vivimos nos está poniendo en jaque, cuando las cosas no están saliendo como queremos, pero no nos atrevemos a contestar desde la realidad vital.
¿Por qué aparecen estos automatismos? Porque desde hace rato se considera políticamente correcto hablar solamente de lo bonito, lo que nos gusta o lo que quisiésemos tener, en un acto deliberado por esconder que podemos estar mal, que estamos rotos por dentro y llorando. Por ello es tan riesgoso ese discurso de la felicidad a ultranza, que pone a esta emoción como la meta de la vida, como la misión que todos los seres estamos llamados a vivir todo el tiempo, para no aparecer como fracasados. Es el imperio de ese pensamiento positivo, que etiqueta a unas emociones con un más y a otras con un menos, que nos corta de tajo el derecho que tenemos a no estar felices y que nos tacha como incorrectos si no tenemos puesto permanentemente el emoticón de la carita feliz.
Entonces, podemos elegir, desde adentro hacia afuera. Podemos escoger sernos fieles a nosotros mismos y reconocer qué es lo que nos pasa. Jugar a la felicidad eterna -y de dientes para afuera- equivale a hacernos trampa: es como barrer la mugre y dejarla debajo de un tapete muy vistoso, al cual -tarde o temprano- se le notará la suciedad que viene de abajo. ¿Has jugado a eso? Yo lo he hecho y resulta muy doloroso. Al hacerlo no nos honramos y nos traicionamos a nosotros mismos, en el afán de aparecer exitosos, adecuados, triunfadores, imágenes que se exaltan en las redes sociales.
Aquí y ahora podemos hacer elecciones diferentes, unas que nos permitan vivir el amor por nosotros mismos. Podemos estar en verdadera conexión interior y reconocer nuestra tristeza, nuestro dolor, nuestra rabia, nuestro miedo, nuestra angustia, nuestro asombro. Naturalicemos que ante la pregunta sobre cómo estamos podamos estar genuinamente en nuestra vivencia presente. Elijamos expresarnos desde la vida tal como es.
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