Algunos sectores han comenzado a especular, tal vez de modo irrespetuoso, sobre la posibilidad de que, extenuado, y ya con 81 años, Francisco renuncie.
Aupados por la irritación que les ha ocasionado el “reformismo” papal, se imaginan, desde ahora, un curioso escenario en el que habría dos eméritos y uno en ejercicio, este último encargado de restablecer el rumbo de la Iglesia.
Con semejante frivolidad olvidan que la tarea de Su Santidad no ha sido fácil y que, lejos de estar a en el ocaso, apenas está comenzando su andadura.
En el delicado campo de la comunicación, por ejemplo, él acaba de nombrar, por primera vez en la historia, a un laico, y casado, como prefecto de ese Dicasterio (equivalente a un ministerio).
Este nuevo organismo, que aglutina todo lo referente a los medios de la Iglesia, incluyendo el antiguo Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, es clave para entender la tarea de una organización que quiere dejar de ser autorreferencial.
Escrupulosamente respetuoso de la doctrina y comprensivo en cuestiones sociales, Francisco apenas está moldeando el colegio cardenalicio de acuerdo con sus tendencias, una labor de largo aliento que habrá de coincidir con el riguroso manejo de las finanzas, la lucha contra los abusos sexuales y el énfasis en la misericordia y la solidaridad.
En efecto, el Banco Vaticano ha ejecutado una masiva limpieza de cuentas sospechosas y la desafortunada situación del cardenal australiano, George Pell, líder inicial de la cuestión, pero acusado de abusos en su país, no ha sido óbice para seguir adelante en tan delicados asuntos.
De hecho, los enormes esfuerzos de Benedicto y el propio Francisco para acabar con ese tenebroso problema de la pederastia aún no son suficientes, pero cada día se reportan contundentes resultados.
¿Cómo no recordar el embarazoso instante en que -tras el viaje a Colombia- el Santo Padre, en Chile, aduce que no había pruebas para señalar como pedófilos a varios obispos que, ya para entonces, estaban distanciando severamente a los fieles de la curia ?
Pero, en esa misma lógica, ¿cómo no reconocer que, poco después, al recibir los resultados de la investigación correspondiente, él les exigió la renuncia en masa a esos prelados, humildemente pidió excusas, e invitó a las víctimas al Vaticano?
Por supuesto, tarde o temprano habrá un nuevo cónclave. Pero, ya para entonces, los ajustes emprendidos deberían marcar un ritmo claro que proteja a la Iglesia de obscurantismos, cismas o regresiones funestas.
Con 59 cardenales nombrados por él (frente a los 47 de Benedicto y los 19 que aún quedan desde Juan Pablo II), Francisco se ha preocupado por garantizar la unidad, en vez de generar los sobresaltos y rupturas de que algunos lo acusan a diario.
Dicho de otro modo, si la Iglesia logra resistir a la tentación politiquera (la de actuar como si fuera una ONG o un partido político) y supera definitivamente la ostentación, la burocratización y el ensimismamiento, ¿qué tanto puede importar si luego llega a la residencia de Santa Marta un Luis Ladaria, o un Juan José Omella?