Como somos seres multidimensionales requerimos avanzar en lo individual para, juntos, evolucionar en lo colectivo.
Tenemos hoy la posibilidad histórica de co-construir nuevos órdenes. Para ello es indispensable irnos moviendo, cada quién a su ritmo, hacia la comprensión plena del otro. Ah, eso tiene un requisito sin equa non: profundizar en la comprensión de nosotros mismos. ¿Cómo lo hacemos? A través del autoconocimiento compasivo, en el que se combinan la posibilidad de identificar lo que nos ocurre en cada presente -nombrarlo, tramitarlo, integrarlo y trascenderlo- y la práctica del amor incondicional.
Poner nombre a las emociones es a veces verdaderamente difícil. Hay algunas que identificamos muy rápidamente, mientras hay otras que sencillamente las sentimos y nos desbordan en su intensidad; pueden incluso abrumarnos. Hay emociones que nos hacen vibrar en el caos: miedo, ira, soberbia, pereza, vanidad, gula, envidia, avaricia y lujuria, que están acompañadas de pensamientos de baja vibración: culpa, perfeccionismo, manipulación, desconexión, autoengaño, autoindulgencia, insatisfacción, desdén y venganza. Esos combos de pasiones con ideas fragmentadoras los podemos experimentar con nosotros mismos, con lo que hacen otros o con lo que sucede afuera.
Si al caos externo respondemos con desorden interior, por más bienintencionados que seamos estamos respondiendo con más caos. Desorden, pues dejamos de vibrar en la frecuencia del amor. Como he dicho en ocasiones anteriores, no se trata de cerrar los ojos y hacernos los de la oreja gacha con el desorden de afuera. Se trata de generar transformaciones poderosas: las más, surgen desde el Amor/Fuerza. Cuando comprendemos que cada quien obra de acuerdo con la información que tiene -desde el nivel de consciencia en el que va- podemos atestiguarnos y atestiguar lo externo para, desde ese darnos cuenta, potenciar la vida.
La mejor respuesta para contribuir a generar nuevos órdenes afuera es construirlos adentro. Sí, da ira que se segue una vida, cualquiera; también surgen tristeza, impotencia, temor, indignación, incluso asco. Pero ninguna de estas emociones ayuda si nos quedamos atornillados a ellas. Si las integramos -las dejamos ser, estar y pasar-, si respiramos y volvemos a nuestro centro, no cargamos al caos externo de nuestro propio caos y podemos ofrecer mejores respuestas, libres de las pasiones que nos ciegan y que nos impiden la compasión por los otros, ¡todos los otros!, y la gratitud por todo, ¡por todo! Libres de lucha, de guerra. Esto no es un asunto de súper humanos: cada uno de nosotros está llamado a hacerlo, porque se puede. La manera más sensata de apaciguar el caos de afuera es acotando el caos de adentro. Podemos. Le invito a que lo sentipiense; usted puede ser el punto con el que se alcanza la masa crítica para que el mundo evolucione.