Cada quien tiene sus propósitos de año nuevo. Hoy les comparto lo que me gustaría pudiésemos elegir como propósitos individuales y colectivos.
Me encantaría que creciera en nosotros la consciencia de totalidad. Estamos tan acostumbrados a la segmentación que la sola idea de reconocer que todos somos uno, ¡todos!, puede parecer absurda. Ese “todos” lo fragmentamos: sí, puedo ser un todo con mi pareja y mis hijos, mi familia de origen, mis amigos y quienes piensan y actúan como yo. Pero, ¿de veras soy un todo con el político corrupto, el asesino, el violador, con quien me asaltó o con quien me lastimó? Mi respuesta -que en realidad no es mía sino un reflejo de algo más grande de lo cual hago eco- es que sí, porque el Todo nos incluye a todos. Parece evidente, redundante, pero como lo obvio genera ceguera podemos no querer verlo. Si asumiéramos sin reparos esa totalidad, lograríamos conectarnos desde la compasión, que tanta falta nos hace en realidades en las que vemos la paja en el ojo ajeno, pero nos resistimos a ver la viga en el propio.
En concordancia con lo anterior, también me gustaría que redimensionáramos los errores. Sí, este mundo es de experimentos y ensayos, con fallas que hacen parte de la totalidad. En algún momento en nuestra cultura occidental empezamos a satanizar la equivocación, cuando hace parte de la vida y sin ella no podemos aprender. Tal vez, lo que hace que seamos tolerantes con algunos errores y absolutamente intolerantes con otros, es la perspectiva existencial que tengamos: entre más corta, parece haber mayor resistencia al error, pues se tiende a creer una pérdida de tiempo o incluso algo irreparable, como puede considerarse la muerte. Si el horizonte vital es más amplio, lo cual está directamente relacionado con nuestras apuestas espirituales, podemos dejar de ver las faltas como absolutas y relativizarlas. Al hacerlo, podemos comprender para qué nos equivocamos, en lo micro y en lo macro, desde aquello que consideramos insignificante hasta lo que condenamos por espantoso, para comprender que cada equivocación encierra un mensaje vital, un aprendizaje por integrar.
Quisiera, igualmente, que pudiésemos aceptar todo cuanto nos ocurre. Valga decir que la aceptación no es resignación, sino el reconocimiento de la vida tal como es. Desde él podemos generar transformaciones, hacer sinergias, unirnos para construir soluciones conjuntas a los problemas que la vida plantea. Aceptar nos lleva desde la frecuencia de la lucha, que se ha naturalizado pero que no corresponde en realidad a la esencia humana, hacia la vibración del Amor/Fuerza. La aceptación, a diferencia de la resignación, nos pone en movimiento, el que requerimos para resignificar la vida y hacer realidad el nuevo mundo posible…