En mis propósitos renovados para este tiempo que vivimos está la integración del miedo, para que de verdad sea útil y no solo un visitante estéril.
Con el nuevo pico de covid-19 que ha surgido, el miedo que ya se sentía el año pasado parece no solo reproducirse, sino incrementarse. Sí, el miedo es un mecanismo de defensa, un sentipensamiento que hace parte de la vida y nos sirve para estar alerta y actuar. Sin embargo, de la misma manera que el fuego justo es necesario para cocer alimentos y en exceso nos puede causar profundas quemaduras e incluso la muerte, el miedo acotado e integrado nos sirve para prevenir, pero en exceso nos lleva a perder el enfoque, así como a paralizarnos y dejar de actuar.
Cada quien experimenta las emociones y los pensamientos de manera particular, pero todos tenemos la influencia de los sentipensamientos que vivimos colectivamente. Por ello, para integrar los miedos es preciso primero encender nuestro testigo interior e identificar cuáles son propios y cuáles ajenos.
Hay personas más proclives a vivir en la frecuencia del miedo y la culpa, una de las emergencias del ego. El problema no es experimentar el ego, parte de la vida sin la cual no hubiésemos podido sobrevivir emocionalmente en la primera infancia. La cuestión se torna complicada cuando el ego nos domina la existencia y no podemos integrarlo. Es ahí cuando ese susto deja de ser un aliado para sobrevivir y se convierte en un impedimento para vivir, por lo cual necesitamos abrir bien los ojos, sintonizar el corazón y alinear nuestro cuerpo para elegir el amor antes que el pánico. ¡Ese sí que es un propósito!
Mientras que el amor nos conecta con la vida, pues es la vida misma, el miedo es engañoso, pues si bien en una dosis justa nos permite activar nuestro sistema vital ante el peligro, cuando no solo lo llevamos adentro, sino que lo respiramos en las familias, las reuniones sociales, el trabajo, las redes sociales, los noticieros, en fin, en todas las actividades diarias, nos paralizamos.
Por ello, un propósito esencial es mantenernos en conexión con la vida. Por ejemplo, ante este coronavirus –y ante la realidad de pruebas que a veces funcionan y a veces no– si llegamos a presentar síntomas debemos actuar de inmediato con los recursos que tengamos a mano y evitar seguir en el miedo, que genera estrés y por ende afecta nuestro sistema inmunológico. Estar conectados con la vida es vibrar en la frecuencia del Amor, con enfermedad y sin ella. El Amor integra y trasciende el miedo, la culpa, la duda, la indecisión. Si nuestra apuesta es el Amor, actuamos y protegemos nuestras vidas…