Consciencia de la totalidad, redimensionamiento de los errores, aceptación de todo cuanto ocurre e integración del miedo. A esos nuevos propósitos sumo hoy la gratitud.
Agradecer por lo que nos gusta es relativamente sencillo. La mayoría de personas aprendemos a agradecer en la infancia; gracias es una de las primeras palabras que por lo general pronunciamos, con mayor o menor dificultad, tanto lingüística como emocional. La lingüística tiene que ver con la pronunciación de la ere, tal vez la letra más difícil de integrar. La emocional, con la configuración del ego que estemos construyendo. En la medida en que superamos esas limitaciones, la actitud grata ante lo que nos complace se va tornando natural. Agradecemos por la comida que tenemos, el techo que nos cubre, los regalos que nos hacen, lo rico que la pasamos en un encuentro, por los favores que nos hacen. Todo ello fluye a medida que crecemos, de manera que la gratitud por lo que nos satisface queda integrada en nuestra cotidianidad.
No ocurre lo mismo con las situaciones en las que no obtenemos satisfacción, en aquellas en las cuales ante la expectativa lo único que conseguimos es frustración. Aquí la gratitud es más difícil de sentir, pues el deseo puede llegar a ser un tirano que nos enreda la vida. Aprender a agradecer por lo que no nos gusta, sale al revés o nos talla resulta más difícil. Hace unos años escuché un dicho que me encantó, pues resume la actitud que por lo general tenemos ante lo adverso: todos quieren brillar, pero nadie quiere que lo pulan. Aunque las generalizaciones suelen ser peligrosas, lo cierto es que, mientras aprendemos a aceptar la vida tal como es, difícilmente agradecemos por el obstáculo que emerge en la mitad del camino.
La gratitud ante lo adverso surge cuando podemos comprender que todo cuanto vivimos tiene un sentido profundo y que nada sucede por casualidad. También emerge cuando reconocemos que, aunque hayamos sido víctimas de eventos traumáticos generados por otras personas -o por circunstancias vitales-, podemos asumir responsablemente nuestra vida y procurarnos a nosotros mismos experiencias para integrar lo ocurrido y resolver la existencia día a día. Igualmente, la gratitud se manifiesta cuando nos abrazamos con todos nuestros errores, pues son parte fundamental de nuestro recorrido vital, así como cuando soltamos el miedo a equivocarnos y nos abrimos a la incertidumbre desde los ensayos, en los que acertamos y en los que no.
Que la gratitud, junto con los otros propósitos que la permiten, nos abra las puertas a una existencia cada día más plena, más consciente y más gozosa, en la que podamos aprender de cada experiencia. Dar gracias por todo es abrazar la vida.