Somos reconocidos mundialmente por nuestra calidad de café. Esa exaltación nos llevó a apostar en el sector rural al cultivo de este grano, pero no obstante ser uno de los sectores más organizados de nuestra producción agrícola, no hemos podido lograr que nuestros caficultores lleguen a un nivel de productividad y ganancias que les permitan estar tranquilos y afrontar cada crisis cafetera con las que les toca lidiar.
No han sido ni una, ni dos, sino más de tres crisis económicas cafeteras las que han tenido que padecer los caficultores de nuestro país en los últimos treinta años; sin embargo, persisten en el empeño de no dejar perder esta actividad y lo que les ha dado a trancazos el sustento a su familia, pero que igualmente, a todos nos identifica como nación, convirtiéndose la cultura cafetera desde hace años, en un patrimonio cultural de los colombianos.
Tal vez la crisis más difícil y que ha originado de ahí en adelante las subsiguientes, se dio en la época de los 90, todo ante una decisión del entonces presidente Cesar Gaviria de variar la forma de fijar el precio. Se adecuó al libre comercio, en medio de la política de apertura económica y libre mercado que marcó las decisiones políticas en esa época. Antes de esto, el precio del café era fijado de acuerdo a los costos estimados que implicaban para el campesino la producción de la cosecha y a eso se sumaba una pequeña ganancia, de esa forma el caficultor no perdería. Sin embargo, para fomentar la competitividad y la compra del producto por el mercado internacional, el nuevo precio lo daba el valor de la cotización de la libra de café en la bolsa de valores de Nueva York, multiplicado por la tasa de cambio. Eso conllevó a que el comprador fuera el que determinara en cuanto puede adquirir el producto y, por supuesto, jamás se generó un precio favorable al vendedor, siempre al primero.
Las consecuencias fueron obvias, salía más costoso producir el café para nuestros campesinos, que comprarlo por las multinacionales en el mercado internacional.
La llegada del petróleo conllevó también a que el precio del dólar, el mismo con que se paga el café a nivel mundial, fuera determinado por el valor de barril de crudo, propiciando la revaluación del peso frente a éste y generando que los productos del agro se encarecieran. Esto, al final, llevó a unos altos costos de producción y, por ende, más perdidas para los caficultores.
Para fortuna de este sector, el precio del café alcanzó esta semana en Nueva York sus máximos desde hace siete años, debido principalmente a los problemas de suministro global, llegando el precio de la libra en la Bolsa de Nueva York a 2,19 dólares. Por ahora solo nos queda cruzar los dedos para que ante ese desabastecimiento, nuestra producción y distribución del café logre aprovechar este momento, de lo contrario y en caso de sumarnos a la imposibilidad de distribución mundial, seguirá este sector por el tortuoso camino que trae años atrás y que atenta constantemente contra nuestro producto emblema a nivel internacional.