La capital del Norte de Santander es una ciudad pujante, habitada por gentes trabajadoras y comprometidas con su terruño. Eso lo demuestra la historia de la ciudad, que ha soportado largos periodos al vaivén de la economía venezolana en esa zona de frontera. Como todos estos sectores fronterizos del mundo, los nacionales de uno y otro país terminan confundiéndose y hermanándose, para poder subsistir en estas regiones administradas por las costumbres, más que por la misma ley.
Me haría interminable si enumerara la cantidad de situaciones pintorescas unas, problemáticas otras, que salpican la vida en esas márgenes territoriales. Lo cierto es que el comercio, en todas sus modalidades, hace posible la subsistencia en esas regiones, y Cúcuta es una muestra de excepción sobre el tema, pues los vecinos venezolanos inveteradamente han atendido sus necesidades básicas en la capital norte santandereana, donde son recibidos y atendidos con muestras de afecto. Será tal la hermandad entre los dos pueblos, que la mayoría de habitantes fronterizos cuentan con documentos que los acreditan como nacionales en los dos países, sin crear rivalidades y armonizando los pueblos.
Pero la situación política del vecino país ha golpeado gravemente la hacienda cucuteña, especialmente por la caída de la economía venezolana, y si a lo anterior le sumamos la decisión del presidente Nicolás Maduro de cerrar la frontera en ese punto específico, impulsando un desplazamiento clandestino, soportado en los pasos y trochas de contrabandistas para acceder a las pocas provisiones de subsistencia, la situación se torna más compleja de lo calculado, iniciando por la ausencia de los colindantes que diariamente visitaban la ciudad para abastecerse, dejando representativas ganancias en el comercio y la ciudad.
Ahora Cúcuta se ha convertido en receptora de la migración venezolana, lo que traerá un peligroso desastre social, sanitario y familiar, porque ninguna ciudad del departamento está en capacidad de recibir las grandes cantidades de personas, que buscan oportunidad de subsistencia, mucho menos la capital que tiene vocación turística y no cuenta con recursos laborales para brindar a los inesperados visitantes, que viene cargando a cuestas una tragedia familiar sin precedentes.
No quiero tocar temas más espinosos como la delincuencia, que por obvias razones tiende a dinamizarse en la ciudad, generando alarma y desconcierto entre las autoridades de todo nivel.
Es por ello que quiero llamar la atención hacia la capital del Norte de Santander, que tantos problemas de orden público ha debido enfrentar en los últimos tiempos y no podemos abandonar esa tierra tan grata a nuestros sentimientos. El gobierno central seguramente ya está tomando medidas en ese sentido, porque es de primer orden auxiliar a la administración departamental, pues no estamos lejos de vivir un desplome económico y social que cubra todo en departamento. Los problemas son muchos, sin olvidar el Catatumbo.