Conocida ya la agenda de la visita de Su Santidad a Colombia, reconforta que él se haya empeñado en venir ahora, y no antes, cuando su presencia habría sido manipulada para vincularla a negociaciones y causas grupales y partidistas.
Por supuesto, llegará en un ambiente preelectoral marcado por las tensiones propias de una realidad muy lejana de la versión oficialista, aquella empeñada en ver el "fin de la guerra" cuando, en verdad, pululan las trampas, los atentados y las nuevas modalidades de violencia enmascarada contra el ciudadano.
Pero es precisamente por eso que su visita resultará más constructiva que nunca.
Buscando en todo momento un virtuoso equilibrio entre realidad y expectativas, el Santo Padre no podrá ser un simple animador de ilusiones y tendrá que ejercer su autoridad espiritual para orientar a los fieles.
Autoridad que sabrá prevenir, en cualquier caso, el riesgo de dividir a los propios católicos o polarizar aún más a una sociedad que, por fortuna, no ha manejado directamente las variables religiosas como factor de exacerbación de los antagonismos en que vive.
Para ponerlo en términos concretos, Francisco hará uso de los mejores elementos en que se basa la diplomacia pontificia, heredera de aquella juiciosa observación de Agustín al concebir la paz de la ciudad como la ordenada concordia de sus habitantes entre el mando y la obediencia.
Primero, destacando el valor que tiene la reconciliación entre las víctimas, de tal forma que su reparación, restauración y dignidad prevalezcan sobre cualquier tentación de conceder privilegios a los victimarios.
Segundo, mediando entre los adversarios para superar la tóxica visión de que hay unos demócratas amigos de la paz y otros demócratas que son sus enemigos, invirtiendo gravemente la lógica de que el terrorista y sus aliados son los causantes de la descomposición y la injusticia sistémica.
Y tercero, previniendo, condenando y proscribiendo la violencia, esto es, negándose a contemporizar con quienes consideran que el uso o la amenaza de uso de la fuerza es una metodología política válida y ajustable a sus conveniencias: hoy, intimidación; mañana, guerra por encargo; pasado mañana, acoso comunal o movilización bajo tácita amenaza.
Con todo, lo importante es entender que la visita del Santo Padre no es una visita política, ideológica o estratégica.
Por el contrario, es una visita orientada a la armonía, a la fe y a la alegría. Es la visita del pastor y no la del ideólogo.
“No he venido a abolir, sino a dar plenitud ... He venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.”