El mensaje de unión del país en busca de sus sueños está siendo atacado, paradójicamente, por quienes se auto designan voceros de esos sueños y representantes de los excluidos. Después de ocho años de estéril polarización, personalizada mediáticamente para estigmatizar a Uribe y encumbrar a Santos, pero que, realmente, tenía de trasfondo la maniquea división oficial entre amigos y enemigos de la paz, hoy persisten sectores empeñados en desoír el llamado a pasar la página y enterrar los odios, y en trasplantar al Centro Democrático la perversa división ente buenos y malos.
“Esperaremos”, amenazaba Petro en su desapacible discurso. “O (Duque) rompe con las fuerzas más anacrónicas de Colombia, con el señor Álvaro Uribe, o los ocho millones de votos no vamos a permitir que retroceda Colombia hacia la guerra”, y otra sarta de consignas incendiarias, como las que sin reparos volvió a escupir esta semana ante los generosos micrófonos de la W.
“Otra vez la burra al trigo y el pollino a la cebada”. Otra vez los buenos, amigos de la paz, y los malos, “amigos de la guerra”, que si fueran tan malos no habrían mostrado en las urnas su contundente mayoría, desde el plebiscito hasta la elección presidencial.
Otra vez la polarización y los odios, promovidos también por algunos medios y columnistas. Duque ganó, y una manera de acercarse al poder, como ya lo hicieron con Santos, es la estigmatización selectiva. Duque y Martha Lucía, que ayer eran tildados de malos y guerreristas, como todo el Centro Democrático, hoy son buenos y conciliadores; y del lado de los malos: Uribe, Ordóñez, Londoño, Fabio, Cabal, Paloma, Lafaurie…
De ahí la exigencia amenazante de traicionar a Uribe para golpear la unión monolítica del Centro Democrático. Pero son otros tiempos. Mucho va de Santos a Duque, y mucho de lo que terminó siendo el Partido de la U a la fortaleza política e ideológica del Centro Democrático, un partido hecho en la oposición, bajo el liderazgo de Álvaro Uribe, figura cimera de nuestra vida nacional; “el Gran Colombiano”, a quien este desmemoriado país le debe nada menos que la liberación de la violencia narcoterrorista. No se equivoquen, Duque fue buen candidato y será mejor presidente sin traicionar a nadie, acompañado de su coherencia, juventud y amor por los sueños de Colombia.
Vuelvo a Ortega y Gasset, en esta ocasión en su magnífico ensayo sobre “España invertebrada”, para afirmar que la construcción entre todos de ese futuro es lo que el pensador denominaba un “dogma nacional”, capaz de unir a los pueblos, porque “Un pueblo vive de lo mismo que le dio la vida: la aspiración. Para mantenerlo unido es preciso tener siempre ante sus ojos un proyecto sugestivo de vida en común. Sólo grandes, audaces empresas despiertan los profundos instintos vitales de las grandes masas humanas. No el pasado, sino el futuro…”.
Es el mensaje del presidente Duque: “El futuro es de todos y juntos lo vamos a construir”. No lo podrá hacer el presidente en solitario ni el Gobierno; tampoco el Centro Democrático, ni una coalición, ni toda la clase política siquiera. La construcción de ese futuro es asunto de todos los colombianos unidos alrededor de ese dogma nacional, como hicieron los españoles hace cinco siglos para consolidar la unión peninsular y construir su imperio de ultramar, y así mantener vivo el sueño de Castilla y Aragón: España.