P. ANTONIO IZQUIERDO | El Nuevo Siglo
Domingo, 16 de Septiembre de 2012

Hombre y cristiano

 

En qué consiste la esencia del hombre? La liturgia de hoy nos da una respuesta. En la primera lectura (Is 50, 5-9ª) tres son los rasgos del hombre según el designio de Dios: el hombre es un ser “que escucha”, que sufre, que experimenta la presencia y asistencia de Dios. El evangelio (Mc 8, 27-35) presenta a Jesús como la perfecta realización del hombre: el Ungido de Dios, el varón de dolores, el siervo obediente hasta la muerte, el que pierde su vida para salvar las de los hombres. Finalmente, Santiago en la segunda lectura (Sant 2, 14-18) enseña que el hombre es aquel en quien fe y obras se unen en alianza indisoluble para lograr la perfecta realización humana.

Pienso que la definición del hombre no ha de buscarse ni sólo ni principalmente en el hombre, dado que no es autocreativo ni se llama a sí mismo a la existencia. La definición más auténtica del hombre la puede dar quien le ha creado y le ha llamado del no ser al ser, de la nada a la existencia.

Hombre y cristiano. No pocas veces en la historia del pensar -y también probablemente del vivir- estas dos realidades han marchado por caminos distintos. Casi parecía a algunos que no se puede ser plenamente hombre siendo perfectamente cristiano o que no se puede ser plenamente cristiano, siendo perfectamente hombre. En definitiva es, en términos antropológicos, el dilema planteado desde hace siglos entre fe y razón, entre ciencia y fe. En un nuevo clima cultural y espiritual, Juan Pablo II, en continuidad con la doctrina católica, ha afirmado rotundamente: “La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Traduciendo la frase en términos antropológicos, se puede afirmar: “El hombre y el cristiano son como las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la realización de su plena humanidad”.

“Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará”, nos dice Jesús. Es la gran paradoja cristiana, es decir, humana. Es la batalla entre el egoísmo y la entrega, entre la seducción del yo y la atracción de Dios, entre el culto a la personalidad y el culto a la verdadera humildad. Normalmente, pero de modo equivocado, se piensa que siendo egoísta se va uno a realizar, a salvar su identidad, a lograr una personalidad de gran talla. El resultado después de un cierto tiempo es la conciencia de estar buscando lo imposible, la frustración por tantas energías gastadas inútilmente, y ojalá también, al darse cuenta de haber errado el camino, aceptar el propio error y enderezar los pasos por el camino justo. Ese camino justo es el de vaciarse de sí para llenarse de Dios. Éste es el camino de la auténtica realización del hombre. Hermano, caminemos juntos y alegres por él. Es el camino que Cristo nos ha enseñado a sus discípulos. / Fuente: Catholic.net