Cumplir el plan de Dios
El núcleo del mensaje de este tercer domingo pascual lo encontramos en el evangelio. Las profecías debían cumplirse. Es decir, todo aquello que había sido escrito en la ley y Moisés acerca del Mesías, acerca de sus sufrimientos y de su muerte, debía tener cabal cumplimiento en Cristo (Ev, Lc 24, 35-48). En la primera lectura Pedro muestra la continuidad entre el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob y el Dios que ha glorificado a Jesús. Ninguna ruptura entre las promesas hechas por Dios y la realidad actual; por el contrario: un cumplimiento cabal y perfecto del plan de Dios, de su pacto de amor con los hombres llevado hasta el amor extremo (1L, Hch 3,13-15. 17-19).
Gracias a la muerte de Jesús y a su resurrección tenemos el perdón de los pecados. Él es propiciación por nuestros pecados nos dice San Juan en la segunda lectura (1 Jn 2, 1-5ª). Allí donde se anuncie el misterio de Cristo, el misterio de su muerte y su resurrección, debe anunciarse el perdón de los pecados y la necesidad de la conversión. Así, pues, nos encontramos ante un mensaje con una doble valencia: por una parte el gozo de saber que todas las profecías se han cumplido en Cristo Jesús, en su muerte y su resurrección; por otra parte, la necesidad de arrepentimiento y conversión por nuestros pecados.
Hemos de confesarlo: surgen dudas en nuestro interior. Dudas sobre el mundo y su bondad; dudas sobre el hombre y su fragilidad para el bien; dudas sobre uno mismo: sobre el sentido de la propia vida, de la propia tarea, de la propia vocación. En fin, a veces, nos surgen dudas sobre Dios y su plan. Pues bien, Cristo resucitado, nos repite como a aquellos apóstoles atemorizados: ¡La paz sea con vosotros! ¿Por qué os alarmáis? ¿Por qué surgen dudas en vuestro interior? ¡Soy yo! Es preciso hacer experiencia de Cristo resucitado para caminar sin sospechas por esta vida. Si bien esta vida está transida de dudas, dolores íntimos e insospechables, sin embargo, es también una vida que merece vivirse. Así pues, ante las dudas en nuestro interior: que sea la paz y la caridad de Cristo lo que prevalezca en el corazón y a seguir hacia adelante que la eternidad está a la puerta.
Todo cristiano es apóstol, es enviado en misión, tiene una responsabilidad en el establecimiento del Reino de Cristo. Todo cristiano debe anunciar con sus palabras y sus obras que Dios nos ha perdonado en Cristo y que todos debemos convertirnos. ¿Cómo hacer esto? Los caminos son múltiples cuando se tiene el interés. /Fuente: Catholic.net