“Votar en blanco es fortalecer el centro”
Cualquiera que sea el candidato que gane la presidencia tendrá que gobernar una nación que está mostrando signos inequívocos de querer superar la polarización. Aquella que ha gravitado durante los últimos 16 años obstaculizando la pacificación del país.
Síntoma de lo dicho fue la copiosa votación de la opción de centro-izquierda liderada por Sergio Fajardo y que en resumidas cuentas ese 27 de mayo los votantes no alineados con las orillas marcadamente opuestas que representan Duque y Petro sumaron aproximadamente 7 millones. También es sintomático el que en primera vuelta el voto en blanco haya empatado con De la Calle, y que para la segunda, pese a no tener valor jurídico, se haya convertido en una alternativa real para el voto de opinión que, entre otros, quiere expresar el cansancio con la polarización en vez de votar por miedo o desprecio hacia la otra opción.
Y claro está, para sintonizarse con “los signos de los tiempos” las candidaturas se han movido al centro. Duque en su discurso y acogimiento de “alianzas” sin importar la incoherencia frente al reciente pasado y Petro en su discurso y aceptación de “alianzas condicionadas”. Por esto, la campaña de Petro viene procurando mostrar que ha dejado atrás su discurso de lucha de clases. Que, dadas sus falencias administrativas se rodeará de tecnócratas y gerentes. Que entenderá los efectos de su discurso en la confianza de los inversionistas. Que respetará la institucionalidad y la separación de poderes a diferencia de lo que haría Duque.
A su turno desde la campaña de Duque insisten en que Álvaro Uribe no gobernará en la sombra. Que sus copartidarios (as) más caracterizados por su permanente irradiación de discordia se han moderado, y por ser congresistas no integrarán el ejecutivo. Que ya la guerra terminó y que, en consecuencia, no habrá ni falsos positivos ni estigmatización de líderes sociales. Que solo hará unos ajustes al acuerdo de paz. Que le preocupa el desarrollo sostenible, y por esto se apartó del fracking.
Sin embargo, el problema latente con las candidaturas que se disputan la presidencia no radica solo en el discurso ni en las actitudes en campaña. El verdadero problema está en la confianza que inspiran sobre lo que harán en la práctica una vez en el gobierno. Son muchos los hechos y actitudes del pasado reciente que hacen dudar seriamente en su posibilidad real de despolarizar el país.
Por todo lo anterior el voto en blanco se convirtió en una alternativa útil para presionar la despolarización y la consecuente pacificación, porque le manda al próximo presidente el mensaje de que deberá tender puentes para reducir las tensiones y la conflictividad. Votar en blanco es fortalecer al centro y aunque no tiene efectos jurídicos, sí los tiene políticos: es un acto simbólico que le dice al próximo presidente que en su legitimidad de origen (votación) no tiene un cheque en blanco y que debe convertirse en un factor que recupere la unidad nacional.