Mi voto ya está cantado, pero hoy lo hago, no solo para intentar convencer a quienes enfrentarán las urnas sin poder distinguir la verdad de la mentira que atiborra las redes, sino como la obligación moral con mis lectores, respetando sus preferencias, por supuesto, de plantear las mías frente a una disyuntiva sin antecedentes: democracia y libertad con Hernández; socialismo y dictadura con Petro.
Mi voto es, obvio, por Hernández, y quiero plantear mis porqués, haciendo abstracción de la oleada de quienes, simplemente, votarán “contra Petro”, que comparto plenamente, aunque hoy quiero destacar los valores que encuentro en quien, estoy seguro, será el próximo presidente de Colombia.
Primero, me gusta el compromiso de gobernar “con lógica”. Hernández es ingeniero civil, como yo, un universo profesional en que las decisiones no se toman por impulso, sino a partir de planos y cálculos; una disciplina en la que el sentido común no es el menos común, la planeación es exigencia y la economía con calidad es regla de oro. El ingeniero Hernández es tomador de decisiones informadas, porque las malas son muy costosas y las buenas son afortunadas y rentables, como lo ha demostrado su éxito empresarial.
Segundo, gobernar “con ética”, más que un compromiso de campaña es un deber, aunque estemos acostumbrados a que se quede en discurso, pues al gobernante no le alcanzan la burocracia ni los presupuestos para pagar los compromisos del candidato.
Las abuelas dicen que “en el almuerzo se sabe cómo será la cena” y, parafraseando, yo digo que “en la campaña se sabe cómo será el gobierno”. Tras una campaña limpia y austera, Hernández llegará a la presidencia con las manos libres, para armar un equipo de competentes y no de recomendados. En cambio, Petro se quedará en el camino, porque su campaña se convirtió en una cloaca que recogió lo peor de la clase política y cayó en bajezas que escandalizaron al país. Igual, con semejante bulto de compromisos, un gobierno suyo no sería “más de lo mismo”, sino mucho peor.
Y tercero, el compromiso con “la estética” en un gobierno, aunque parezca superfluo y opuesto al carácter desabrochado de Rodolfo, se refiere al equilibrio y el orden, componentes esenciales de la belleza, como lo entendió el genio de da Vinci en su dibujo del hombre de Vitruvio. El equilibrio es estabilidad y lo opuesto al extremismo que mata a nuestra sociedad. El orden es ausencia de caos y condición de un buen administrador; el orden es austeridad, mientras en el desorden, bien lo sabemos, crecen silvestres el despilfarro y la corrupción.
A propósito del carácter desabrochado de Hernández no nos dejemos confundir. “Tanta sencillez”, que a una muy rola y linajuda columnista le pareció “poco apropiada para un primer mandatario”, por el contrario, es otro atributo de la estética, que contrasta con la arrogancia y el boato presidencial al que venimos acostumbrados. Quizás no queremos más “excelentísimos”, sino gobernantes que se parezcan y se acerquen al pueblo que gobiernan.
Un gobierno “lógico, ético y estético”. Esa es mi elección.
N.B. Mi anterior columna se tituló “Peor imposible”, pero no lo era. En ocho días, la hija de Petro amenazó al país, la esposa trató de… a las periodistas, y su hijo y el mismo Petro la secundaron; un periodista de El Espectador cayó aún más bajo, y aunque se disculpó, como la señora Alcocer, lo escrito, escrito está, así se “despublique”, mientras Guillermo Cano, el mártir, se revuelve en su tumba. Y lo que faltaba, Petro no descarta ¡revivir el M-19!
@jflafaurie