Me siento a escribir estas líneas apenas unos minutos después de que el Papa Francisco ha impartido la bendición a la multitud congregada en el Parque Simón Bolívar de Bogotá, al terminar la eucaristía. Y, no teniendo aún el tiempo necesario para analizar sus mensajes, me refiero a tres sensaciones que me ha dejado su presencia en la ciudad capital de Colombia.
En primer lugar, su estar con nosotros, sus palabras y la respuesta masiva de los bogotanos, tanto en la llegada, como en la Plaza y el Parque Simón Bolívar, me suscitaron un sentimiento de paz, acompañado de esperanza. No es el Santo Padre un hombre de gritos, ni de gran elocuencia o de gestos teatrales. Pero comunica con una convicción y un sello personales, que le dan un toque de absoluta autenticidad a sus palabras. Y siempre son expresiones de restauración, de cuidado, de atención al débil, de iluminación. Y todo acompañado de gestos simples, pero humanos en profundidad, que le dan todavía más solidez a lo que dice. Y, frente a él, un pueblo que, elevando sus manos, deja ver a todas luces lo que quiere: recibir paz, vivir en paz, dar paz. ¡Qué infinita superioridad humana y espiritual la que engendró el Papa con los bogotanos al unirse en un día de total armonía y esperanza de un mejor mañana!
En segundo lugar, el Papa nos sacó a los bogotanos de nuestros minúsculos mundos individuales y nos hizo encontrarnos por miles y quizás millones, como dando un grito de liberación. En efecto, nos liberó del encierro, del miedo, de los límites sociales, de los mapas pequeños de nuestro diario vivir y nos hizo encontrar. Cuando se ve tanta gente unida por la fe, por la alegría, por el amor a Dios y a su enviado, queda la sensación de que todo lo bueno es posible y que ningún mal es invencible. ¡Cuánto tiempo llevamos los bogotanos y todos los colombianos con un grito ahogado de libertad entre pecho y espalda! La humanidad desbordada en estos días de gracia demostró el cansancio que tiene con el ambiente en que vivimos, con las palabras que escuchamos, con los que no quieren que nada cambie, sino que todo siga igual. ¡Bogotá necesitaba liberación!
Y, en tercer lugar, esta presencia del Papa, líder único en el mundo actual, dejó la sensación que basta una persona con su carisma y espíritu, para generar fuerza en todo un pueblo. O, podría decirse, encausar una fuerza que viene de su fe religiosa, de su amor a Dios, de su pertenencia a la Iglesia. Toda una potencia que quizás nos ha faltado valorar y aprovechar para bien, desde la misma Iglesia, pero también desde toda la sociedad, pero aquella que quiere vivir en paz, en libertad, en armonía y en equidad. Paz, liberación y fuerza, una triada escondida en el corazón de los bogotanos que Su Santidad Francisco supo poner a la vista de nosotros mismos.
PD: Dos elogios indispensables por el éxito de la presencia del papa Francisco en Bogotá. Uno al cardenal Salazar y su equipo curial por la dirección de esta visita; otro, al Alcalde Enrique Peñaloza y su equipo de la alcaldía porque todo estuvo a la altura de las circunstancias. Sin duda, unidos nos rinde más a todos.