PEDRO MENDOZA LC | El Nuevo Siglo
Domingo, 2 de Septiembre de 2012

Coherencia entre palabra y obras

 

 

“Recibid  con docilidad la Palabra sembrada en vosotros”.

“Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio  ni sombra de rotación. Nos engendró por su propia voluntad, con Palabra de verdad, para que fuésemos como las primicias de sus criaturas. Y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas. Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo”. Sant 1,17-18.21b.22.27

El pasaje está tomado de la conclusión de la primera parte de la carta del apóstol Santiago en la que se presentan los beneficios aportados por las pruebas, y del inicio de la segunda parte en la que señala la necesaria coherencia que debe haber entre la palabra y las obras.

Toda la liturgia de la Palabra de este domingo busca dejarnos la enseñanza de en qué consiste la religión auténtica, iluminando cuál debe ser la relación entre religión y observancia, entre religión y corazón. La 1ª lectura del libro del Deuteronomio nos ofrece el elogio hecho por Moisés a la ley y la exigencia de ponerla en práctica. En la segunda lectura, Santiago nos indica que la Palabra de Dios, sembrada en nosotros, no sólo debe ser escuchada, sino que debe ser puesta en práctica. En el Evangelio Jesús, hablándonos de la observancia de la ley y de las tradiciones, nos deja una enseñanza muy importante: vivir la religión del corazón, que no está esclavizada de las prácticas de pureza externa, sino de la pureza del corazón.

En el Evangelio (Mc 7,1-8.14-15.21-23) Jesús nos pone en guardia contra uno de los peligros en relación con el cumplimiento de la Ley: la observancia meramente externa de los preceptos, que se queda en un ritualismo sin corazón y cae en la hipocresía. Esa fue una de las desviaciones que trajeron consigo la introducción de un excesivo número de prácticas y de tradiciones, como la de la pureza ritual, hasta hacer del cumplimiento de la Ley algo insoportable. Jesús crítica severamente tal actitud, pues mata el espíritu de la auténtica religión, reduciéndola a ritualismos y prácticas exteriores. Lo que no puede faltar en la vivencia de una auténtica religión es la práctica de la justicia, la misericordia y la fidelidad, lo cual es más importante que todas las otras prácticas exteriores. Así Jesús señala que la verdadera impureza no es la exterior, sino la del corazón, la cual provoca los pecados más grandes.

Como vemos Santiago también insiste mucho en la necesidad de poner en práctica la Palabra de Dios: “Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos”. Por ello es preciso que acojamos la Palabra de Dios de tal manera que penetre profundamente en nosotros para después ponerla en práctica en la vida concreta, por ejemplo, como nos indica Santiago a través de la solicitud desinteresada por los indigentes y la lucha para vivir de un modo agradable a Dios.