“Dios los cría…” suele decirse de quienes luego se juntan para el bien o para el mal. Esos que sigilosamente van tras lo divino o lo humano para lucrarse. Los hay por todas partes. Son maestros en el arte de lo venal.
Todo esto lleva a la gente a tratar de entender cómo los acusados de cometer delitos contra la sociedad, la patria, o las más sagradas normas, solo reciben castigos severos o veniales, según el clan, organismo, gueto, casta o tribu a los que pertenezcan. Todo depende de la dignidad, función o fuero.
En este país las cosas se amañan, se disfrazan o se orientan, según el personaje involucrado y su preeminencia. Y lo más curioso es que los culpables de los delitos pueden cambiar de la noche a la mañana de figuración para evadir la ley. Así, pueden pasar de culpables a inocentes. Una repentina transmutación de estatus, convierte el delito en virtud y los barrotes de una celda en sitios de recreación.
Los desmanes se convierten en ascetismo, vivezas o genialidades que merecen perdón. La ley es dura, pero es la ley, reza el derecho. Pero en estos casos, la ley es blanda, benéfica y a la medida. Es la falsa ley.
Tal vez esa es nuestra condición y todos comulgamos con esta manera de actuar, de exculpar. Leguleyos o encopetados juristas se pasean como reyes por los medios de comunicación, haciendo alarde de sabiduría, malicia o destreza para desviar leyes y normas. Embrutecen a la gente citando leyes que modifican leyes; parágrafos que anulan literales y enmiendas que reglamentan todo.
La “sabiduría” de los flamantes bufetes enreda las leyes y convierten en culpables a los inocentes.
Esa es la dinámica de la corrupción imperante en Colombia. Nadie le teme a la justicia, porque la maraña en la que se mueve, permite inclusive que, hasta los reos o bandidos se burlen de ella y propongan eliminarla de tajo, o fijar mecanismos que garanticen su manejo.
Los congresos, instaurados por constituciones de países democráticos, también son fruto de “orientaciones” muy bien estructuradas para beneficio de los corruptos. Se logra, mediante elecciones de mesas directivas dóciles que los gobiernos, grupos de presión o gremios, puedan dirigirlos hacia orillas nefastas. Dádivas, ofertas pecaminosas (mermeladas) o permanencias aseguradas de sus miembros, tuercen sus designios. En épocas como la actual, se vuelven virtuales para asegurar la pereza y el manejo.
Dios los cría y ellos se juntan para señalarnos lo que se nos viene encima, como ocurre con un Centro Democrático amenazante, que pregona abiertamente que permanecerá por siempre en el poder. Reformas de extrema derecha, propias de regímenes de opinión. Por fortuna no todos los colombianos pertenecen a esas teorías políticas y nos salvarán del “ojo 2022”.
BLANCO: El golazo de Falcao, que nadie se explica por qué está en la banca.
NEGRO: Nuestros indígenas, no podrán conocer los dorados esplendores de la Casa de Nari.