Somos la patria que parió el mayor asesino de niños en la historia de la humanidad. Luis Alfredo Garavito está a menos de cinco años de salir de la cárcel y en su haber criminal reposan más de un centenar de niños violados y asesinados por él. Sus víctimas, lejos de cualquier consideración de dignidad y respeto, fueron torturadas previamente a su muerte; de manera sistemática las abuso y posteriormente les quitó la vida.
Tal vez Garavito tenía claro que lo que faltaban era legisladores que pusieran en cintura a todos aquellos pederastas que socialmente nos circundan. Seguramente Garavito en su entender asumió que lo que faltaban era penas duras que evitaran que personas como él tuvieran la posibilidad nuevamente de violar y asesinar un menor, por eso se ofreció de congresista.
Desafortunadamente la Corte Constitucional atendió las consideraciones de quienes saben de derecho, como nos lo han enrostrado en los últimos días, pero no de la realidad nacional, la misma que indica que más de mil privados de la libertad lo están por ser reincidentes en delitos sexuales; personas que lejos de la pregonada resocialización optaron por reinventarse en sus actos abusivos contra menores. Hoy gracias a decisiones populistas en las cárceles, los condenados somos nosotros como sociedad, los que perpetuamente debemos creer que ellos pueden cambiar y los niños de nuestro país estarán a salvo, así nos lo prometió esta semana la justicia.
Posiblemente en algunos meses, cuando como ocurre en este país, violen y asesinen un niño, saldrán los mismos que hoy aplauden a condenar el hecho y pedir que no haya impunidad, la misma que hoy se sigue otorgando a quienes pueden reincidir.
Cuánto cambiaba el país con el mensaje de cadena perpetua, cuánto pudiese disminuir la impunidad en delitos atroces contra nuestros menores, ni cuantos nuevos crímenes contra nuestros niños pudimos evitar con la cadena perpetua son cosas que hoy ni nunca podremos saber, pues antes de darle la oportunidad a una medida que lo que buscaba era enviar un mensaje claro a la sociedad, que en este país los niños son los más importantes, y que como sociedad castigaríamos con el mayor peso de la ley cualquier ataque contra su dignidad, el mensaje es que la dignidad de la víctima estará desde los ojos del estado por encima de la de su victimario, así esta ya no viva para defenderla.
Pedíamos la máxima expresión de fuerza del Estado, que esta se aplicara contra quien de manera desproporcional y valiéndose de su condición física agrede sexualmente y quita la vida a seres indefensos, nos pusimos del lado de esa víctima, como los dos menores de quince años que hace unos días fueron asesinados a puñaladas por defender a su mamá de los golpes de sus asesinos en San Diego, Cesar.
Hoy la justicia que mantiene en la impunidad tantos delitos contra menores en el país, sale velozmente en defensa a la dignidad de sus violadores y asesinos, como si su balanza se empecinara en ponerse en contra del más débil.