No creo en la neutralidad periodística, pues el periodista o el medio siempre tendrá una posición editorial que responde a una ideología, la cual, a su vez, permea su interpretación de la realidad. Nuestros “grandes” periódicos, que algunos ya no lo son tanto, pues hay diferencia entre el tamaño y “la grandeza”, nacieron hace más de un siglo como abanderados de claros idearios políticos.
Pero una cosa es la defensa honesta y argumentada de unas convicciones, y otra diferente la descalificación gratuita, la mentira y la tergiversación, como estrategias, ya no para defender, sino para imponer a toda costa una posición ideología y política. Por ello me referí en mi anterior columna a “la política sucia” y hoy mi tema es el periodismo ídem, pues son estrategias conectadas, que se rebotan en épocas electorales.
En esta ocasión, estamos a días de una disyuntiva trascendental: libertad o dictadura, democracia o comunismo. Todos queremos un país sin pobreza, sin corrupción, sin impunidad y sin el mal de males: el narcotráfico, pero no es a costa de la perdida de las libertades como vamos a lograrlo, y ese es el camino del socialismo, cuando, ya en el poder, incumpla sus imposibles promesas populistas.
En los rostros de 1.700.000 migrantes venezolanos que viven en Colombia, vemos a diario la frustración y la desesperanza por los resultados de la opción que tomaron hace 20 años frente a la misma disyuntiva, pero el país parece caminar ciego y sordo hacia el abismo, en medio de ambiciones políticas, odios, mentiras y estigmatizaciones, que apagan las voces de quienes advierten la amenaza y son crucificados por ello.
Navegamos aguas tormentosas y hemos perdido algunos faros. En la prensa libre y responsable, que sigue siendo libre en nuestro país -por ahora-, crece un bloque cada vez mayor que ha perdido la segunda cualidad y, cobijado en la libertad del oficio, se dedica irresponsablemente a la estigmatización, al juicio sin contrastación ni defensa, al matoneo y a la condena mediática y sumaria de quien consideran “el contrario”. Se ha convertido, con perdón de muchos periodistas con “P” mayúscula, en “periodismo de alcantarilla”, que no repara en medios para lograr su objetivo detractor.
La revista Cambio nació con esa perversa tendencia, como era de esperarse desde que se conoció que su presidente sería el obsesivo persecutor de Álvaro Uribe. En su primera salida divulgó un audio de María Fernanda Cabal, cuya intención amarillista por lo que dijo y como lo dijo, oculta el delito de una interceptación telefónica ilegal que no parece preocuparles.
Uno de sus columnistas, bajo el malintencionado título de “El ganadero y el torturador”, arremete contra mí, echando mano de los refritos calumniosos que han salido en las últimas semanas, en una andanada mediática contra Fedegán y la ganadería.
Mientras tanto, una de sus colegas arremete contra el Centro Democrático, que no ha hecho acusaciones, sino pedido claridad sobre una presunta reunión de Petro con la empresa vendedora del software que procesará las elecciones. Sin embargo, la columnista y sobrina de “Juanma”, quien violó impunemente la voluntad popular, sale con el cuento de que se trata de “un engaño peligroso para socavar las instituciones, desconocer la voluntad del pueblo y fortalecer a los líderes autoritarios y populistas”. ¡Vaya imaginación de alcantarilla!
Acabamos de celebrar el Día del Periodista y, por supuesto, felicito a esos comunicadores y medios que conservan su vocación de “faros” y, sin importar el color de la luz que elijan para hacerlo, iluminan la ruta de un país que necesita llegar a puerto seguro.
@jflafaurie