Después de muchas insinuaciones (presiones), un día del mes de Agosto de 2017 (si mal no recuerdo), accedí a reunirme con una “recomendada” de un senador. Esa presionadera por parte de los políticos para que quien dirige las entidades del Estado entregue cargos con el beneplácito de la Casa de Nariño es una práctica que hay que eliminar. Hay tanta gente apta para los cargos, que la meritocracia debe ser el método de selección de los funcionarios en Colombia, porque cuando el clientelismo es el oxígeno que aviva la llama de las maquinarias en las elecciones que hay en el país cada dos años, deberíamos considerar un cambio.
La señora llegó y muy simpática, comentó con desparpajo que su esposo era diputado del Norte de Santander y que ellos ayudaban mucho al senador de la región, con quien eran amiguísimos desde hace años. Me contó de su aburrimiento en la entidad en la que trabajaba y que quería cambiar, que se quería ir al Sena porque le encantaba el trabajo con las comunidades. También anotó que el director regional de Norte de Santander de ese momento, José Antonio Lizarazo, le había contratado a su hija en la Agencia Pública de Empleo del Sena allá en Cúcuta (contratos para el 2016 y 2017 que después verifiqué). Yo le sonreía y no veía la hora de salir corriendo de esa escena. Maldecía que ese tipo de reuniones, tan cuestionables para mí, tuvieran que realizarse por una instrucción de “arriba”.
Cuando menos pensé, me pasó su celular y al otro lado de la línea oí un saludo lambón: “Doctora acá la queremos mucho y la admiramos”. Salí de ese café con el propósito de no volverme a reunir con esa señora. Semanas después me dejaron saber de “arriba” la inconformidad por no haber actuado (contratado) al respecto.
Después de mi salida, Lizarazo se posesionó como director y nombró a la nueva jefe de la oficina de control interno disciplinario de la entidad. Sorpresa, la nueva jefe y que aún hoy continúa ejerciendo el mismo cargo, se trataba nada más y nada menos que de la señora del café. El gran temor de los funcionarios que me acompañaron en la construcción de las denuncias eran las retaliaciones que todos pudiéramos sufrir. Lo repetían una y otra vez. Los convencí de hacer lo correcto y de proteger la entidad con nuestra fuerza y convencimiento (que en Colombia y frente nuestra justicia no tiene mucho sentido hacer). Pues bien, no solo despidieron a una gran parte de la gente que trabajaba conmigo, sino que también empezaron a abrir procesos disciplinarios contra funcionarios sin tacha en años de servicio. Nos preguntamos por qué las investigaciones en Colombia no avanzan. Este micro caso es un reflejo. El control interno y las entidades encargadas de investigar las actuaciones de los funcionarios están a la merced del nombramiento de turno, de los favores y canjes que alimentan las clientelas. Y los funcionarios buenos de los entes de control quedan maniatados bajo el poder que elige a sus cabezas y que en lugar de investigar a los verdaderos responsables de los desfalcos, se quedan amedrentando funcionarios y ciudadanos. Porque los resultados de las oficinas de control en las entidades, de las “ías” regionales y nacionales se producen a veces a costa de ciudadanos y funcionarios desprotegidos de cualquier poder, para así proteger a los peces gordos.
En Colombia los corruptos saben muy bien con qué rima la “ía” de los entes de control: con intimidaría y amedrentaría.