El Papa Francisco ha venido insinuando en diversos pronunciamientos la necesidad de que personas católicas se dediquen de lleno a la política y que constituyan agrupaciones políticas -partidos- que quizás puedan renovar esta actividad en diversas sociedades. Prácticamente no hay hoy en día en ninguna nación un movimiento político que enarbole las banderas del cristianismo, en cuanto a sus valores e ideales de lo que debe ser una sociedad. Es cierto que, en Colombia, por poner un ejemplo, los partidos políticos están llenos de bautizados, pero a la hora de la verdad casi todos ellos se rinden a las corrientes predominantes y no tienen coraje para exponer los valores cristianos y hacer que se luche por ellos.
La Iglesia, en casi todo el mundo, quizás con la salvedad de Italia, abandonó en los últimos años la formación decidida de líderes católicos para servir a las naciones en la política. Por eso a veces mendigamos decisiones a favor de los valores cristianos y eso es hasta penoso. Lo cierto es que desde el Evangelio y la doctrina social de la Iglesia hay material más que suficiente para promover una plataforma política que contribuya enormemente al bienestar de cualquier comunidad local o nacional.
Pero nos hemos ido como acomplejando ante la avalancha de un laicismo radical y casi que fanático y hemos abandonado el quehacer político para luego lamentarnos de todo lo que sucede. Mala estrategia. La Acción Católica o la Democracia Cristiana fueron los modos de asumir este reto en el siglo pasado, con éxitos importantes y con aportes muy grandes a los países donde se dieron bien sus ideas y actuaciones.
Y, sin embargo, esta tarea, en el caso de que alguien la emprenda, tendrá que estar alerta para evitar que supuestas posiciones católicas llenas de extremismos e irracionalidad, lo mismo que de incapacidad de diálogo con las culturas actuales, se robe las banderas. Igualmente cuidar de unas posiciones que se alinderan demasiado con totalitarismos de derecha e izquierda.
Aunque se ha dicho muchas veces que, a la jerarquía eclesiástica, a los obispos, no les corresponde la acción política directa, y es cierto, no lo es menos que desde sus instancias si se debería promover al laicado para que se forme para la política y la ejercite con entusiasmo. Hoy en día la abundancia de universidades católicas debería ser el primer eslabón para formar una nueva dirigencia política colombiana de claros valores católicos de arraigo en el Evangelio. Ojalá no sea muy tarde pues sentimos pasos de animales grandes que van totalmente en dirección opuesta.