Como excelente notica reciben los bogotanos la intención del nuevo POT en lo que hace referencia a la ubicación de lugares destinados a rumba y expendio de bebidas embriagantes en sectores predeterminados y alejados de los barrios residenciales, tramos educativos y concentraciones ciudadanas que por su objetivo, ameritan tranquilidad reposo y seguridad.
Podemos afirmar que es una medida esperada, anhelada y necesaria por múltiples razones, una de las más sobresalientes la seguridad de residentes y vecinos de sectores, donde hoy en forma desordenada, anárquica y caótica, funcionan cientos de establecimientos con vocación de fiesta, expendio de licor y juerga, carentes de la más mínima consideración por la ciudadanía en general. Para nadie es un secreto que este tipo de establecimientos se han dinamizado por todo el país, pues no solo en Bogotá se sufre este desbarajuste descontrolado, que donde se afinca va deteriorando el entorno con una serie de patologías nocivas y negativas, tanto para asiduos clientes como para el entorno; lo que se logre en Bogotá servirá de ejemplo para el país y por ello la intención de las autoridades capitalinas con el nuevo POT es bien recibido a nivel nacional.
En la capital tenemos una serie de lugares que se volvieron famosos por sus nombres y dimensión de rumba, pero esa situación hoy está más o menos controlada gracias a la focalización de los negocios y los controles policiales permanentes, sin querer decir que están totalmente encuadrados en la ley y requisitos para su funcionamiento.
Pero el verdadero problema está en la aparición de rumbiaderos en diferentes barrios de la capital, perjudicando grandemente a residentes y visitantes que desprevenidamente cruzan por esos sectores en vía de deterioro y desgaste; situación que ha llamado la atención de las autoridades distritales, quienes interpretando el sentir ciudadano, hoy demuestran su interés en poner observación a este esparcimiento descontrolado de negocios, dedicados al expendio de bebidas embriagantes y que funcionan sin controles por toda la ciudad convirtiéndose en dolor de cabeza para vecindarios y concentraciones residenciales que deben soportar a más del ruido, el desorden, la invasión de vías, las permanentes riñas, el narco menudeo y la pujante inseguridad en todo sentido, a más de sobrellevar en las madrugadas el desaseo y la presencia de habitantes de la calle que buscan sacar partido del residuo parrandero.
En buena hora se está pensando meter en cintura esta actividad ya que según informaciones son incontables este tipo de establecimientos que invades nuestros barrios y los vemos desde las tiendas que venden licor sin el lleno de requisitos, hasta bares o salones de baile disfrazados de clubes, funcionando en altas horas de la noche amparados en reglamentos sociales falsos, con los que pretenden engañar las autoridades policiales que en horas nocturnas deben controlar, investigar y disciplinar los lugares mencionados.