La precisión de las palabras es muy importante siempre, pero mucho más si se trata de alocuciones presidenciales que se supone marcan el rumbo de las políticas públicas.
El presidente Petro no parece preocuparse -no se sabe si por inadvertencia o deliberadamente- por la precisión en el lenguaje que utiliza.
Todos los días hay ejemplos de ello. El último fue cuando anunció que se iniciaba la “renegociación” del TLC con Estados Unidos dentro del acalorado discurso que pronunció la semana pasada en Pitalito, Huila.
Anuncio que debió ser corregido por el ministro de Comercio Exterior, quién aclaró que de lo que se trata es de poner en marcha un modesto procedimiento de “revisión” de algunos puntos específicos del tratado, más que de una pomposa “renegociación” como se anunció en Pitalito.
Resulta que los dos procedimientos son completamente diferentes: el primero es un mecanismo sencillo previsto en el capítulo 27 del tratado en donde las partes contratantes aclaran o le hacen mejoras al funcionamiento del TLC siempre por acuerdo mutuo. El segundo, el de la “renegociación”, consiste prácticamente en negociar un nuevo tratado que, en el caso de los Estados Unidos, debe ser aprobado por el Congreso de aquel país.
Lo primero sería un mecanismo normal, mientras que lo segundo sería un gigantesco disparate. Una “renegociación” total no tendría, la certeza de que sea aprobada en el Congreso de los Estados Unidos, tanto más en un momento en que en aquel país se encuentra en marcha un proceso electoral que debe conducir a la elección del nuevo presidente.
Pero, además: resulta patético y denota la improvisación que acostumbra rodear las alocuciones presidenciales que el presidente Petro haya dicho en Pitalito que va a poner en marcha la “renegociación” del TLC con los Estados Unidos porque dizque el tratado prohíbe sembrar maíz en Colombia. Gigantesca inexactitud. En el último año no más se han sembrado 300 mil hectáreas que han producido 1.2 millones de toneladas del cereal. El TLC no prohíbe que se siembre en nuestro territorio ni maíz ni ningún otro cultivo.
Otra cosa bien diferente es que quienes utilizan el maíz como materia prima en su producción (alimentos para la avicultura, la porcicultura, o alimentos balanceados para animales) en un momento determinado consideren que por razones de precio y de calidad les resulta mejor importarlo. Hay que recordar que el maíz producido en tierras templadas y con mayor luminosidad solar diaria como es el caso de los Estados Unidos, de Canadá o del Cono Sur, tienen mayor productividad por hectárea que en el trópico.
Pero lo anterior no significa que no se deban seguir haciendo esfuerzos para producir mayor cantidad de maíz en el territorio colombiano (el maíz nacional aporta apenas el 20% del consumo final de este cereal). En el pasado se han hecho programas importantes para aumentar el área maicera de Colombia que es lo que ha permitido precisamente que estemos produciéndolo maíz en 300mil hectáreas del suelo nacional.
Pero lo que sería un disparate monumental es renunciar al TLC con los Estados Unidos a lo que conduciría la “renegociación”, haciendo imposibles buena parte de nuestras exportaciones a ese país que es nuestro principal cliente comercial, y encareciendo el maíz importado desde los Estados Unidos (cuyos usuarios inmediatamente buscarían otros orígenes para traerlo del Canadá o Brasil o Argentina, que en el pasado fueron los grandes proveedores del cereal para Colombia). Encarecer con aranceles el maíz que llegue de los Estados Unidos elevaría los costos para las industrias procesadoras y el precio final para el consumidor colombiano de huevos, leche, pollos o carne de cerdo.
En tal escenario el efímero aplauso que arrancó el anuncio del presidente Petro en Pitalito terminaría por traducirse en costos enormes para la agroindustria y el consumidor colombiano.
Por eso, la precisión en los términos es importante: así haya que sacrificar aplausos momentáneos para conservar la coherencia en el mensaje.