Estamos llegando en Colombia a una situación como para alquilar balcón: la inmensa mayoría de los colombianos se reconoce como personas religiosas, mientras que unos pocos agentes del Estado, en sus tres ramas, se dicen no religiosos. Así las cosas, cada vez es más tensa la situación entre unos gobernantes que no son personas de fe o posan de no serlo y la inmensa mayoría de los gobernados que vemos con sorpresa cómo tratan de arrinconarnos, esos pocos, por el solo hecho de creer en Dios. Su bomba atómica se llama “estado laico”, mal entendido, pues este nunca fue concebido como enemigo de la fe religiosa, sino como capaz de asimilarla, sin profesarla ni fomentarla, pero reconociendo este hecho sociológico.
Daría la impresión de que a muchas personas que están en funciones en cualquiera de las tres ramas del poder, bien sea la ejecutiva, la legislativa o la judicial, se les olvida quizás voluntariamente, que han sido puestos como dirigentes de un pueblo que es esencialmente religioso, como lo han sido todas las verdaderas civilizaciones en la historia de la humanidad y que su tarea es favorecer la vida de estas personas, más que sus ideologías personales. Y favorecerlas también quiere decir crear condiciones para que los creyentes puedan vivir como tales, tanto en el ámbito material como espiritual y moral. A quien ocupe cargos en el Estado y esta realidad le incomode, pues debe salir de allí e irse en busca de la república sin fe, tal vez una isla caribeña o en las estepas rusas. Pero por aquí somos rezanderos y mucho.
Con el argumento de los derechos de las minorías, en este caso no creyentes, también en el campo religioso, se puede estar cometiendo una injusticia con las mayorías creyentes. Si el principio fundamental de las democracia es el sentir de las mayorías, no tiene sentido que el derecho general, la constitución política y las leyes, sean hechas sobre todo a la medida de las minorías. Estas también deben caber y ser respetadas, pero no pueden subyugar a las mayorías vía agentes estatales ablandados con votos y privilegios. Los temas fundamentales de la sociedad colombiana, si son abordados honestamente, deben pasar necesariamente por el análisis del pensamiento de un pueblo que respira fe por todos sus poros y una fe claramente cristiana. Pero en ocasiones queda la sensación de que los creyentes en Colombia estamos siendo sometidos por un Estado totalitario que está usando todo su aparato para borrar la huella religiosa de la nación, aunque diga lo contrario e invite al Sumo Pontífice. Este desprecio por la fe genera fanatismos impredecibles.