Hace años, siendo rector de la Universidad Católica de Colombia, asistí a una reunión del Grupo Columbus -de rectores de universidades de Suramérica y de Europa- para compartir experiencias académicas. Esta vez, la universidad anfitriona fue la Complutense de Madrid. Esto fue a finales del siglo XX, y los rectores europeos ofrecieron innumerables programas, de todas las disciplinas, habidas y por haber.
Resultó que, al tercer día de trabajo, levanté la mano para agradecer a los rectores europeos por su generosidad y comenté, además, que “yo me sentía en un lugar equivocado”, porque estábamos -los rectores americanos- recibiendo y celebrando todo lo que nos ofrecían, sin beneficio de inventario -sin saber cuáles era eran nuestras necesidades, nuestra geopolítica, nuestros programas, las tradiciones culturales peculiares de cada país- y que yo creía que los europeos no conocían. Comenté, además, que valdría la pena analizar primero nuestros “¿qué? ¿por qué? y ¿para qué?, antes de incursionar en los ¿cómo? ¿cuándo? y ¿dónde?
Para sorpresa mía, el rector del Externado de Colombia, Fernando Hinestroza, tomó la palabra -con su formidable oratoria- y me dio una solfa que me cuesta olvidar: empezó diciendo que “en el Externado de Colombia aceptamos la verdad de todos, vengan de donde vengan: creemos las opiniones de totos los demás, como la razón de la verdad. Para nosotros las universidades confesionales, están llamadas a recoger: hace siglos”.
Su discurso me dejó boquiabierto: no sabía dónde esconderme: aunque soy católico practicante y estoy orgulloso de mis universidades. Quedé estupefacto con el brillante discurso: el silencio de los rectores me acomplejó, con el brillante discurso, del exministro de educación y de justicia del orador. Yo me decía: “trágame tierra”, yo no sabía dónde esconderme. No obstante que mis universidades: nuestros programas y nuestros docentes son excelentes. Creemos en la educación superior integral y actualizada, para todos nuestros programas universitarios.
Afortunadamente, el anfitrión del evento, tomo la palabra: pidiendo excusas al rector de la Universidad Católica de Colombia y a los rectores de las universidades latinoamericanas, con el siguiente argumento: “hace quinientos años acabamos con la cultura de un continente, por ser desconocida y en estos tres días hemos hecho lo mismo”.
Esta experiencia me recuerda que nuestra Constitución Nacional: en el capítulo de los Derechos, Garantías y Deberes, (y del Capítulo 2), De los derechos humanos. (Artículo 27) y resuelve que el Estado garantiza las libertades de enseñanzas, aprendizaje, investigación y cátedra. Mientras que muchos ministros de educación hacen lo que les plazca: el ICFES, fundado como garante de la autonomía universitaria, hoy solo selecciona, sutilmente, a los bachilleres, según su estrato económico, burlando nuestra Constitución: y preparando a los estudiantes más brillantes para que abandonen su País.
Resulta que, sin una educación integral, sin ética, sin los valores occidentales, sin tener en cuenta nuestra cultura: estamos perdiendo un futuro que garantice la tranquilidad, la estabilidad y la prosperidad, para todos los colombianos. Cuantas universidades, en proceso de maduración: exitosa y transparente son puestas contra la pared: como la Sabana y la Católica de Colombia: no pueden defender nuestras realidades: los ¿qué? ¿por qué? y ¿para qué?