RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 3 de Marzo de 2013

La curiosa posición

 

Como en Fuenteovejuna, la reciente renuncia de Benedicto XVI ha envalentonado a propios y extraños para pedir la “reforma de la Iglesia”, aunque nunca se habla de reformar a los creyentes y a los no creyentes también.  Supongamos que se dieran los tan anhelados cambios pedidos a las doctrinas y disciplinas de la Iglesia: que se transformara la doctrina del matrimonio,  que se diera paso libre a la manipulación de la vida, que los sacerdotes pudieran contraer matrimonio, que el Papa vendiera el Vaticano, que la vida quedara a expensas de magistrados y no de Dios, etc. Supongamos, repito, que todo esto hiciera carrera en la Iglesia. ¿Cambiaría el mundo?

Yo creo que no cambiaría, sino que empeoraría mucho más. Queda con frecuencia la impresión de que los críticos de la Iglesia se vieran obstaculizados por todas esas doctrinas y disciplinas para actuar en muchos otros campos de la vida social. Porque realmente esos temas no son los más importantes para la humanidad. Lo son la justicia social que nada que conmueve a esos pontífices autoproclamados, la protección del planeta que poco y nada le importa a quienes lo saquean sin compasión y a diario, el trato digno y justo de todas las personas que apenas sí es tema de conversación en las gentes soberbias. Los problemas del mundo tienen que ver con las aberrantes diferencias que hay entre los que todo lo tienen y les sobra y los que apenas pueden sobrevivir. Y se relacionan con el asqueroso gusto que tienen tantos por los juegos de la guerra y la destrucción. Estos son los reales problemas de la humanidad y que con tanta elegancia y cinismo se les saca el cuerpo, aún en la crítica que cree ver las cosas importantes.

Curiosa, por decir lo menos, es esta posición de los que dan palo día y noche a la Iglesia, al Papa, a la doctrina y también, ahora en forma creciente, a las enseñanzas bíblicas, pero nada efectivo hacen por mejorar el mundo.  La sociología enseña que los grupos son propensos a crear sus chivos expiatorios cuando no pueden solucionar los problemas de fondo. Para esta élite criticona la Iglesia se ha convertido en ese extraño objeto que al aporrearlo y volcar sobre él toda clase de culpas genera tranquilidad momentánea. Pero en lo fundamental, los que pudieran en verdad cambiar el mundo siguen siendo tan injustos, arbitrarios y violentos como siempre.