Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 23 de Agosto de 2015

INCAPACIDAD

El arte de no solucionar nada

El  lunes pasado me gasté cinco horas entre Melgar y mi casa en Bogotá, un recorrido que no alcanza los 120 kilómetros de distancia. Una imagen de un asunto trivial, pero que demuestra nuestra incapacidad para solucionar los problemas reales de la vida. ¡En esas cinco horas alguien viajó en avión hasta Nueva York! La vida colombiana es en buena medida el deambular por entre mil marañas que no dejan fluir la vida en paz y que nos desgastan casi con gusto de sádico. Ni las carreteras ni las calles, ni los hospitales ni las escuelas, ni la seguridad ni el cuidado ambiental, nada funciona bien.

Esto ha engendrado una especie de fiera humana que es el colombiano del común, no porque nos guste ser así, sino porque de lo contrario nos aplastaría este eterno estar mal, este funcionamiento mediocre de todo, esa cantidad de conos rojos en los caminos de la vida.

El tema tiene que ver también con asuntos trascendentales de la vida. No funciona bien la alimentación para las comunidades más pobres del país. Los helicópteros tampoco andan bien y se muere la gente de verde.  La justicia vive ahogada entre expedientes que nadie atiende, salvo que logremos convencer a un comunicador para que se arme su escándalo semanal. No hay agua potable en ciudades capitales y ni qué decir de pueblos y aldeas. Es como un hilo conductor de nuestra vida colombiana: armar problemas y no arreglarlos nunca por incapaces, por desordenados y porque hay muchos que viven de que los problemas no se solucionen.

Al pasar por los enormes edificios que albergan ministerios, instituciones estatales, oficinas públicas, me suelo preguntar qué estarán haciendo las personas que están allí adentro. Son miles de empleados públicos supuestamente nombrados para que el país marche, pero eso no sucede del todo.

¿Qué hace la gente del IDU, del Ministerio de Obras, del de Salud, de Acción Social? ¿Toman tinto todo el día? ¿Por qué no solucionan los problemas de la gente, no los de los jefes? Debería existir un delito que se llamara algo así como indolencia ante los problemas de los ciudadanos. No nos debe extrañar, pues, que tanta gente colombiana habite hoy en otros países donde lo elemental y básico funciona bien, incluso para los pobres. Tal vez con el calentamiento global pronto ya no haya necesidad de ir a Melgar a tomar el sol, sino que se pueda permanecer en Bogotá, esperando que ningún genio le vaya a poner marquesina a la ciudad.