El superhuracán que diezmó a Providencia y San Andrés, milagrosamente no dejó las acostumbradas víctimas que suele arrojar una tragedia de esta naturaleza. Sin embargo dos compatriotas rindieron sus vidas, mientras la casi totalidad de las viviendas y edificaciones de las islas quedaron por el suelo.
No habían secado sus lágrimas y el espanto aún se reflejaba en las caras de hombres, mujeres y niños, cuando ya, la generosidad de los colombianos se había hecho sentir, con el Presidente Duque a la cabeza y los organismos encargados del socorro secundándolo.
Entre tanto los medios de comunicación de Colombia y el mundo llenaban sus pantallas, invadían las ondas hertzianas y la internet, e imprimían páginas enteras con la noticia.
El Iota no fue un huracán cualquiera. Como águila al acecho, estuvo estacionado varias horas a 8 kilómetros de Providencia y 20 de San Andrés. Entre tanto, su malévola acción destructora, inundaba y ponía en peligro edificaciones y cultivos de la Costa Atlántica. Engrosaba el caudal de ríos que se llevaban animales y cuanto encontraban, por entre las troneras que les servían de cauce.
La maltratada naturaleza, acicateada por el calentamiento global, le dio la orden a Iota de continuar su destructora marcha hacia Centroamérica, pasando, desde luego por Providencia y San Andrés. Sus fauces mordieron con furia nuestras islas, tan apetecidas por Nicaragua, y derrumbaron cuanto encontraron a su paso.
Los raizales, que agazapados esperaron con temor y paciencia el paso de Iota, vieron cómo la penumbra se disipaba y, en la madrugada, los dejó observar la destrucción.
Comprobaron con asombro, cómo las reparaciones de sus bienes, realizadas por el Estado para superar los destrozos del anterior huracán, se hicieron añicos.
Gobiernos, contratistas y corruptos cobraron por lo que nunca ejecutaron. Remendaron, con puntillas y hojas de zinc casas, edificaciones y propiedades estropeadas.
Ahora de nuevo se le da tratamiento de “situación de desastre” a lo que quedo de Providencia y San Andrés. En medio de la tragedia, los damnificados se niegan a recordar los fiascos anteriores y se forran de esperanza para esperar algo diferente en esta ocasión. Víctimas y observadores, piden con ahínco, ansia y fervor que en esta ocasión el Estado ponga lupa a quienes deben encargarse de la reconstrucción. Vigilar para que esta vez, no tengan nada que ver los políticos y sus secuaces, en la recuperación y reparación de sus maltrechos bienes. Esos corruptos solo utilizan puntillas y latas.
Estamos a tiempo de empezar a contratar empresas y reconstructores honestos, antes de que lleguen los debates electorales que se prestan para favorecer a quienes manejarán aquello del “ojo con el 22”.
Y esto debe acelerarse, porque el conocido meteorólogo Max Henríquez, el del Noticiero Nacional, ya pronosticó la aparición de dos nuevas depresiones que se pueden convertir, muy pronto, en potentes “Iotas”.
BLANCO: La generosidad del pueblo colombiano con las víctimas del Iota.
NEGRO: “Eso ya no es Semana”, ha advertido el gran Vladdo. ¡Y no es!