Ya era hora que en Colombia se hiciera una reflexión a fondo sobre la democracia o lo que llamamos democracia, entre nosotros, tema que trataron los griegos y en especial Aristóteles, el tutor de nuestra civilización. Nadie mejor para ello que el constitucionalista, político y educador, Gabriel Melo Guevara, formado en los claustros ignacianos desde su niñez y conocedor a fondo de la pura doctrina, que en el siglo pasado defendían con ardor los conservadores. Su obra: ¿A dónde vas democracia?, en diez y ocho sutiles y profundos capítulos, aborda el tema en un lenguaje inteligible para casi todos los públicos. Su reflexión parte del tema que ocupa desde siglos a pensadores y políticos: ¿Qué es el Estado? Para terminar en el interrogante sobre el futuro, donde recomienda que no se le debe tener miedo, sino estar preparados para afrontarlo.
Allí comienza el autor, como en una catedra magistral: “La noción de democracia va indisolublemente unida al concepto de Estado, el cual definimos como la organización activa y estable políticamente soberana, de una sociedad sobre el territorio”. Es de advertir que el Estado no es una vaca lechera como creen muchos en Colombia.
En el esclarecedor escrito de Gabriel Melo Guevara, donde en uno de los capítulos se aboca el ¨Programa Anzuelo¨ y en otro el tema del ¨Mucho Mercadeo Poca Democracia¨, queda la duda hasta dónde llega la democracia en un país donde el Estado no consigue garantizar en gran parte del territorio el orden y la paz. Y los más levantiscos están por demoler el Estado y obtener mediante presiones callejeras torcer la voluntad del gobernante.
Gabriel Melo destaca el programa anzuelo para captar al gran público que debe adaptarse a las necesidades de nuestras instituciones y sus reformas. “Lo que es bien diferente de la utilización desenfadada de un programa desechable, que se aprovecha para seducir a los votantes y se olvida una vez seducidos”.
Recuerda el autor que al “afirmar que el gobierno es del pueblo y se ejerce por el pueblo, no solo debe comprobarse la limpieza de su origen. En las democracias la pureza de la elección le confiere al mandatario su investidura legítima y el derecho a recentrarse ante su propio pueblo y ante la comunidad internacional, con la personería del Estado y listo para obrar como titular del poder político”.
Destaca que “paradójicamente, el afán de manipular las decisiones populares terminó consultando el querer de las gentes, como la forma más expedita para capturar su adhesión y convencerla de lo que ya está convencida o de lo que desea dejarse convencer”
En un medio tropical donde se visualiza la juventud como si se tratara de un gremio, a falta de pasado constructivo, experiencia y méritos, exigen la alternativa generacional. Hace un par de décadas un político muy recursivo y audaz, el entonces senador José Ignacio Vives Echavarría, le recomendaba a un gobernador del Magdalena que se adelantara al cambio y nombrara jóvenes figurones de distintas tendencias de los partidos, que entonces se dividían según al dirigente regional que siguieran, para hacer el gabinete con “firmones”. Pues, según el senador Vives se trataba de gobernar en cuerpo ajeno, con gentes que le firmaran todo al cacique o el intrigante agazapado de turno. Hoy esa es una fórmula nacional e internacional, en nuestra región. En donde, además, en ocasiones, los funcionarios deben pagar clandestinamente por el cargo, en especial en las regiones. Casi que, desde un portero a un director de una clínica oficial, un secretario de despacho y otros cargos, en algunas gobernaciones y alcaldías los mismos tienen precio. Puesto que como en gran medida se compran los votos y se juegan miles y miles de millones, esos dineros deben ser devueltos a los mecenas en metálico o en contratos, dádivas y mermelada, llame como se quiera en la jerga política. Ese es el círculo vicioso entre los caciques, los partidos, el famoso estiércol del diablo, las ambiciones y la simulación que degradan la política nacional. Por supuesto, se dan meritorias y respetables excepciones.
Una de las razones de ese malestar en nuestra democracia tiene que ver, según el estadista y constitucionalista Gabriel Melo Guevara, por cuanto fuera de eso, “se da una mezcla de prevalencia de las personalidades sobre los programas, ligereza para ofrecer y no cumplir, sofisticación de los recursos para maquillar a los candidato, habilidad para mover los resortes determinante de las decisiones colectivas e indolencia de los electores, resignados ante las discrepancias entre como los gobiernan y como les ofrecieron gobernarlos”.
El mensaje aristotélico-tomista es claro, el Estado existe para promover el bien común. Melo afirma: “es preciso poner las condiciones y adoptar las directrices necesarias para su consecución. Por eso necesita una autoridad que guie a la sociedad en busca de los fines para los cuales los hombres se asocian y forman el elemento personal del Estado”. Es lo que expresa Abraham Lincoln en el famoso discurso de Gettysburg.
En una nación que tambalea en medio del caos, al borde del precipicio, y los sectores dirigentes que detentan el poder ni lo perciben, esta obra debieran leerla para que no se convierta en epitafio de un país frustrado, sino de estímulo para el cambio dentro de la alta política.