¿Estamos en capacidad de repensarnos? ¿De hacer balances de fin de año? ¿De analizar la manera como reaccionamos frente a las crisis globales e individuales? Dada la avalancha de información y ruido que hay en el aquí y el ahora de la humanidad, resulta casi imposible detenerse, escuchar, seleccionar y discernir.
Empezando porque cuesta aceptar que la incertidumbre se convirtió en el ancla a la vida. La pandemia nos despertó a la realidad de estar parados sobre arenas movedizas. El piso que nos sostiene no es estable. Parece no haber lugar seguro.
Sobrevivir es la consigna. Y ¿cómo? Huyendo todo el tiempo de un enemigo invisible que acecha en cualquier bocanada de aire. El coronavirus nos trajo a la realidad de la finitud. Y aunque muchos intentan darle la espalda al nuevo escenario, se hizo imposible ignorarlo. Ya no se puede viajar por la vida en "modo inmortalidad".
Puede haber más o menos conciencia individual y colectiva, pero la verdad está latente en los tapabocas, el teletrabajo, el distanciamiento social... Nos la recuerda la dependencia indefinida a las vacunas. ¿Quiénes son los nuevos amos del mundo? La pandemia movió el tablero de la geopolítica. Los países poderosos ceden el paso a las multinacionales de la salud.
Y eso que el coronavirus ha sido tan sólo el detonante que desnudó la vulnerabilidad del hombre en un mundo que creía poseer. ¿Qué habrá pasado con la adicción generalizada al consumo? ¿Qué estamos consumiendo ahora? Esa necesidad compulsiva de poseer y poseer artículos de lujo, contagiada por la publicidad ¿cedería el paso a lo que realmente necesitamos? Y ¿Qué es lo que realmente necesitamos? ¿Estamos priorizando la salud física y mental?
¿Cómo habrá cambiado en cada uno la manera interior de contar el tiempo? ¿Las trincheras para proteger la seguridad personal y familiar nos hacen más libres? ¿Los emprendimientos vuelven a las personas menos adictas al trabajo? El consumo incrementado y dependiente de redes, ¿nos convierte en ciudadanos mejor informados? ¿Qué hábitos abandonamos? ¿Cuáles cambiamos? ¿Aprendimos algo nuevo? ¿Permanecieron intactas nuestras creencias? ¿Cómo ha cambiado nuestra espiritualidad?
Y quizás las preguntas más importantes: Ante la conciencia de la muerte ¿pusimos en orden la casa interior? ¿Nos interesamos en conocernos a nosotros mismos? ¿Soltamos todo lo que nos sobraba? ¿Incluidas las personas? ¿Escuchamos? ¿Aprendimos que nos necesitamos unos a otros?
El secreto de quiénes han conquistado la vida parece estar en aprender a abrazar la incertidumbre. En soltar los deseos de perfección, en quererse y aceptarse tal cual se es, en hacerse dócil a los cambios inevitables, en vivir un presente hecho de vida interior, no el presente exacerbado por los miedos y, sobre todo, en dejar de girar en torno a nuestra fragilidad y empezar a ocuparnos de la fragilidad ajena. En aprender a recibir y a vivir en “modo Gratitud”.
¿Descubrimos la vida que nos habita para crear y volver a empezar?