POCAS veces se había visto en Colombia un desastre tan grande como el que le ocurrió al Llano. A una carretera a la que se le han invertido millonadas se le esfumaron varios tramos, de la noche a la mañana. Para muchos se trató de garrafales errores de ingeniería. Para otros hubo ligereza en consecutivas adjudicaciones, mientras el resto exige que se diga toda la verdad en torno a los orígenes de la hecatombe.
El invierno inicialmente llevó del bulto. Se llegó a multiplicar su fuerza. Sí fue grande, pero no de la magnitud que se le dio para echarle la culpa. Cada minuto se buscaba una causa. No escapó una granja avícola que opera en la cima de la montaña.
Pero se fueron descubriendo hechos que ponían a pensar a la gente. Muy especialmente a los habitantes de Villavicencio y demás poblaciones de los Llanos Orientales. Por ejemplo, la modificación de un contrato para escabullir la responsabilidad de cualquier falla. El costo de ellas se le endosó al gobierno, es decir a los colombianos que pagan impuestos.
El contratista, entre tanto, seguía usufructuando la parte gorda del negocio. Los dineros de la nación, el producido de los peajes y demás prebendas.
Entre tanto, los habitantes de media Colombia y los de la otra media, asumían enormes pérdidas. Los precios de los alimentos se elevaron por la escasez, ya que del Llano difícilmente salían los víveres que allí se producen.
Son varios los billones de pesos que han perdido los habitantes del Meta y demás departamentos de la llanura. Deben seguir pagando los costosos peajes que se aplican a la maltrecha vía.
La infraestructura turística está vacía. Muy poca gente puede desplazarse hacia esa región por vía aérea, por los altos costos de los pasajes que, dicho sea de paso, fueron elevados estruendosamente a raíz de la tragedia, sin que, inicialmente, autoridad alguna castigara la especulación.
La parálisis reina en Villavicencio y todo el Llano. Los negocios se paralizaron y siguen así. El transporte registra enormes pérdidas. Nadie se atreve a realizar operaciones financieras, por temor y porque tampoco nadie sabe cuándo terminará la emergencia. La confianza se ha perdido.
A cuenta gotas han dado paso por la maltrecha carretera, pero solo para grandes camiones y buses con más de 20 pasajeros. ¿Quién asumirá los riesgos de transitar por una carretera cuyas montañas pueden caerle encima a los valientes que la utilizan?
Como quiera que esto va para largo, ya que tampoco existe el puente Chirajara, y los contratistas miran hacia arriba, será Colombia entera la que debe meterse la mano al bolsillo para socorrer a los compatriotas de esa llanura que soportan descomunales pérdidas cada minuto, así como ya lo hizo con la Costa cuando la corrupción le robó la energía.
Creo que debemos prepararnos para otra reforma tributaria porque hay que rescatar el Llano.
BLANCO: La Conferencia episcopal, invitó a querer y amar la paz de Colombia.
NEGRO: Es tal la inseguridad política que se acabaron los carros blindados.