No hablaré de Rodrigo el periodista, académico, politólogo o diplomático. Hablaré de algo más íntimo en su vida, de sus padres, abuelos, hermanos, amigos y, sobre todo, de su amor por sus hijos, Daniel y Mónica, sus nietas, y su exesposa Inés Elvira Vegalara (Bevira), su compañera y apoyo en los momentos más importantes de su vida, como fueron: la terminación de sus estudios, el desarrollo de su destacada vida periodística, académica y diplomática como embajador en Venezuela y Francia y como Canciller de la República.
Siendo niña conocí a su padre, German Pardo, cuando era presidente de Ospina y Compañía, urbanizadora fundada por mi padre. Era un caballero, amable y elegante. Clarita, su madre, era hija de Roberto García Peña, director de El Tiempo por 42 años y, quién desde el periódico, fue un fuerte opositor de mi padre. Tuve amistad con su tío político, Jaime Posada, destacado escritor, historiador y académico, presidente de la Academia Colombiana de la Lengua. Lo consulté muchas veces sobre lo ocurrido durante el gobierno de papá y, su perspectiva desde la orilla de la oposición liberal. Su ecuanimidad y profundo conocimiento de los hechos eran fascinantes.
Rodrigo fue un hombre afortunado de tener unos padres y abuelos de este calibre quienes crearon un núcleo amoroso y culto para él, en su infancia, el cual dejó en Rodrigo y sus hermanos, gratísimos recuerdos. Pero, su mayor fortuna fue haber contraído matrimonio con Bevira en diciembre de 1982.
Cuando conocí a Rodrigo, en reuniones de su familia política, hablábamos mucho de historia, poesía y poco de política. Pensaba, con emoción, que quizá sus mejores poemas los había escrito para Bevira cuando eran novios.
Era muy especial el amor entre ellos y fue bello ver crecer a sus hijos Daniel, periodista como su padre, y Mónica, dulce, como flor de azahar. Hoy, digo con toda certeza que ellos tres y sus nietas fuero, hasta el día de su muerte, “los grandes amores de su vida”. ¡Él lo confirmaría!
Rodrigo y Bevira nunca perdieron el respeto ni la admiración que se tenían, ni el placer de estar juntos; compartían cumpleaños, aniversarios, navidades y cuanta fiesta o vacaciones podían; dieron un bello ejemplo de cómo mantener la familia unida, sin destruir “el nido”, a pesar de los cambios del corazón.
Hoy recuerdo las sentidas palabras de Daniel sobre el amor entre sus padres, pronunciadas en la boda de su hermana. Rodrigo Pardo fue un hombre afortunado ¡Con cuánto valor y bondad lo arroparon sus hijos y Bevira ante su dura enfermedad!
Fue también muy amado por sus amigos y colegas quienes han manifestado el vacío dejado por su partida. Así lo oímos de muchos, entre ellos: Yolanda Ruiz, María Elvira Samper y Juan Manuel Ruiz, en el programa “Contexto y Opinión” y de Fernando Cepeda, en su columna.
Hoy quiero hacer un reconocimiento a ese amor. Abrazo de todo corazón a Daniel y Mónica, a sus nietas, hermanos y amigos, muchos de ellos periodistas, compañeros de vida y de labor. Perder a un amigo es a veces tan duro como perder a un hermano. Sobre todo, abrazo a Bevira con todo mi cariño. Sé de su tristeza. Sé de ese gran cariño que, a pesar de todo, compartieron Rodrigo y ella hasta el final.