La existencia es un gran acertijo, una aventura que -tal parece- decidimos emprender para continuar nuestro aprendizaje en el eterno camino de la consciencia. Cada quien viene con su propio juego y con las fichas adecuadas para emprenderlo. Por lo general cuando se ensambla un rompecabezas se empieza con las piezas externas, que enmarcan toda la composición. La periferia se construye con relativa facilidad; pero lo grueso del asunto, donde todo verdaderamente se resuelve, está adentro.
Cuando nacemos estamos realmente conectados con el todo. En la fusión oceánica que menciona el Dr. Stan Grof somos uno con los multiversos; sin embargo, al ir viviendo las experiencias de nuestra gestación, el nacimiento y la primera infancia esa conexión fundamental se va desvaneciendo. A través de muchas generaciones nos han preguntado en la infancia qué queremos ser de grandes, como si ya no fuésemos, en una clara confusión entre el ser y el hacer. Sigo escuchando esa pregunta hoy en día, cuando la confusión parece haberse incrementado: el ser se supedita al hacer y al tener, y tener ya mismo pues vivimos en la cultura de la inmediatez.
El mundo exterior es sin duda muy importante, pues es allí donde interactuamos con otros, nos humanizamos en la convivencia y aprendemos en comunidad. Por ello el hacer es tan importante, pues en él realizamos una parte clave de nuestra misión existencial: el obrar desde el amor nos ayuda a conectarnos interiormente, siempre y cuando lo que hagamos esté regido por el ser. Sin embargo, no siempre tenemos consciencia de esa conexión con nuestro interior, que si bien nunca se pierde sí se puede desconocer. Cuando el hacer solo está en conexión con el tener, mas no con la misión existencial, damos más vueltas en la vida. Ello es parte del juego, pues no tendría mucha gracia completar el rompecabezas a la primera: lo divertido es que las piezas no encajen aunque se parezcan, que probemos una y otra vez hasta que encontremos la que corresponde.
A medida que vamos armando el rompecabezas de la vida superamos la división en la que vivimos, fomentada de muchas maneras por las sociedades contemporáneas. Entonces, cobran sentido las piezas sueltas que durante mucho tiempo no han encajado y que aparentemente sobran en el juego de la vida: miedos, dolores, frustraciones, iras, enfermedades, accidentes y todo tipo de cargas que venimos arrastrando. Todo ello se articula con lo bello que hemos experimentado: alegrías, logros, triunfos, encuentros amorosos, relaciones armónicas…En la medida en que las fichas encajan podemos reconocer nuestro ser, conectarnos con nuestra esencia y vivir desde el corazón, en el que confluyen los sentipensamientos y las acciones que desarrollamos con plena consciencia.
Lograr la alineación entre lo que hacemos, tenemos y somos es tal vez la tarea más difícil de la existencia, pero no por ello imposible. Es un reto diario, que de aceptarlo nos permitiría vivir cada vez más plenamente. ¿Qué le falta por integrar? Si se hace la pregunta, llegarán las respuestas.