Siguiendo su tradición pragmática y oportunista, el oficialismo saltó de la dicha cuando supo que Trump iba a llamar por teléfono al Jefe del Estado.
Conscientes de que, en su momento, la fraternidad con la dictadura de Chávez-y-Maduro, así como la negociación ilegítima con Timochenko, tuvieron su origen en las señales recibidas del blando y maleable gobierno Obama, los oficialistas interpretaron la llamada telefónica como si de bálsamo sagrado se tratase.
Temerosos de que la llamada hubiese podido derivar en una trifulca similar a la del diálogo con el primer ministro australiano, tanto el liberalismo como el partido de la U no escatimaron loas, tributos y alabanzas por haber pasado semejante examen sin mayores traumatismos.
En un claro ejemplo de “parroquialismo triunfalista”, las primeras páginas de algunos medios estuvieron congeladas varias horas para que tan impactante conversación no pasara desapercibida y, por el contrario, la historia patria le diera el puesto merecido.
Como era de esperarse, la reseña criolla fue mucho más florida y exuberante que los escuetos comunicados de la Casa Blanca y la Embajada, a tal punto que más allá de invitaciones a Washington, solo hicieron falta promesas de amor eterno y pactos de sangre con el “aliado natural”.
De hecho, tanta fanfarria y euforia solo pueden explicarse tanto en función de la importancia que los EEUU tienen en todo lo referente al postconflicto conflictivo, como en una especie de sentimiento de culpa oficialista por las graves faltas cometidas contra la democracia a lo largo de seis años.
Ahora, cuando la izquierda marxista afín a las Farc y al Eln se está desbaratando en el hemisferio y a Trump no le tiembla el pulso para poner en evidencia y enfrentar a las dictaduras propias de la Alianza Bolivariana, es apenas natural que el gobierno Santos se sienta íntimamente deficitario, acomplejado y desenmascarado.
Sentimiento que se acrecienta a diario al constatar que su aceptación entre los colombianos se ha estancado en un sorprendente 20% y, lo que es peor aún, que su “legado” bien podría ser tan efímero como la vigencia de los acuerdos con las Farc pues, al día siguiente de terminado el mandato, del ‘santismo’ solo quedará la referencia al Nobel.
En efecto, la descomposición de la coalición gubernamental, el abuso en el fast-track, las cortinas de humo pseudo reformistas y la unidad imperturbable de la oposición crean las condiciones necesarias para que en el 2018 se revisen detalladamente los compromisos adquiridos por este Gobierno, tal como también lo está pensando uno de los recién nombrados secretarios de la Casa Blanca: Rex Tillerson.