“El Presidente escucha pero ni discute ni asienta”
Transcurrido un mes desde el triunfo del No resulta evidente que los efectos apocalípticos de ese resultado vaticinados por el Presidente y sus negociadores no se produjeron. Por el contrario, sus consecuencias fueron asumidas con responsabilidad por los voceros del No y con tranquilidad por la opinión, permitiendo que sectores de la vida nacional se sumaran con sus propuestas al propósito de buscar un gran pacto nacional que aclimate paz y reconciliación entre los colombianos. A las iniciativas de las distintas vertientes del No se sumaron aportes del Fiscal General de la Nación, de la Corte Suprema de Justicia, del Consejo de Estado y de algunos militantes de la Alianza Verde, dirigidas a enriquecer los términos de un acuerdo definitivo de paz. Todo ello constituye una demostración reconfortante del espíritu democrático de la nación, que privilegió la necesidad de construir de consuno soluciones que fortalezcan la democracia y sus instituciones.
Es ese un escenario que no debería verse alterado ni por premuras inconvenientes, ni dilaciones perjudiciales, ni mucho menos por intransigencia de la contraparte fariana. El Presidente y su Gobierno, los actores de la política y también las Farc, tienen la obligación de demostrar sin ambages y reticencias que a todos ellos los anima una voluntad sincera de paz. Sin embargo, aún hoy, reina la incertidumbre sobre las verdaderas intenciones del Gobierno y de las Farc. El Presidente escucha pero ni discute ni asienta, mientras los comandantes trazan líneas infranqueables que desafían los reparos que motivaron la votación por el No. Con esas actitudes se acrecienta la desconfianza y se sugiere tácito convenio para hacer caso omiso de la voluntad ciudadana. Mientras los voceros del No buscan alternativas y asumen posiciones que propicien entendimientos, el Presidente intenta dividir a sus líderes, y su entorno explora soluciones que permitan burlar la voluntad popular.
Ese es el sendero hacia la ruptura del orden democrático que sólo conduce a socavar el Estado de derecho para entronizar un régimen autocrático con vocación de perpetuidad. Así empezó Chávez su periplo, que hoy tiene a Venezuela al borde de la guerra civil. Así ha obrado Ortega, que el domingo 6 de noviembre removerá los últimos vestigios de democracia en Nicaragua, condenando a su pueblo a repetir las peores páginas de su historia. Y así podrían hacerlo en Colombia, al mejor estilo santanderista, con la anuencia de la Corte Constitucional y la genuflexión del Congreso.
Es todavía tiempo para un nuevo y mejor acuerdo que fortalezca la democracia y sus instituciones. No hay que agotarlo en imposiciones a la voluntad de los colombianos.