Evidentemente, el mundo necesita transformaciones. La tarea inicia por re-crearnos a nosotros mismos; después, aquello que nos corresponda. De adentro hacia afuera.
Lo anterior no es egoísmo, todo lo contrario: es un compromiso profundo con la vida. La única que podemos cambiar es la propia. Podemos incidir en las vidas ajenas, pero la decisión de avanzar es individual e intransferible. Hace veinte años participé en una investigación con una ONG internacional que ayudaba a personas en situación de desplazamiento, ufanamente, desde esa superioridad propia de los niveles avanzados del primer grado que se creen más que los anteriores. Muy buena la intención, pobre el resultado, pues los beneficiarios nunca se quitaron el rótulo de desplazados. El juego perfecto entre las víctimas (reales, con el derecho y el deber de dejar de serlo), los victimarios (también reales, con el deber de reparar y restituir) y los salvadores (quienes están llamados a fomentar más la equidad que la caridad, que valida la victimización perpetua). Víctimas en supervivencia, victimarios en tribalidad, salvadores en pensamiento lógico o ecológico. Ese círculo vicioso se sigue repitiendo, dos décadas después. Y se continuará evidenciando, mientras no se amplíe la consciencia. Todos hacemos lo mejor que podemos con la información que tenemos.
No se trata de señalar con el dedo acusador, sino de observar cómo podemos generar sinergias para transformar aquello que no es armónico, como fruto de no sabernos ni sentirnos conectados. No se trata de ser indiferentes, sino de identificar en dónde nos es dado actuar para realmente ser eficientes y dónde no. La humanidad aprende errando y acertando. Esos yerros van desde lanzar la bomba atómica hasta colarse en el bus o en el metro, pasando por masacres, asesinatos, corrupción, abuso sexual, asaltos, infidelidades o mentiras. Por supuesto, los errores no son comparables: cada uno es trágico y puede ser devastador para quien lo vive; encierra un aprendizaje que estamos en capacidad de hacer. La equivocación también nos hermana como humanos, así como los aciertos que tenemos en todos los niveles de consciencia, pues no hay estadios buenos o malos, mejores o peores: hacen parte de un continuo vital, que todos estamos transitando. Podemos reconocer esto cuando saltamos al segundo grado y desde una dinámica integradora le apostamos al amor como fuerza, un poder que supera -por mucho- una emoción o un sentimiento.
Ampliar la consciencia en minúscula requiere ayuda de la Consciencia en mayúscula: Dios, la Fuente, el Padre, la Madre, la Energía… eso superior a nosotros, de donde proviene toda manifestación de vida. Si usamos nuestro libre albedrío para avivar la conexión esencial, enfocarnos en el amor, no el juicio, pedir guía y elevar nuestros sentipensamientos, de seguro ampliaremos nuestra consciencia individual…