Más que vibrar en determinados niveles de consciencia, lo importante es darnos cuenta de que podemos seguir evolucionando, tanto en lo individual como en lo colectivo. ¡Tenemos esperanza!
La ampliación de la consciencia no es una recta ascendente, una vía libre de obstáculos. De hecho, es algo más parecido a varios caminos en simultánea, todos con algunos tramos pavimentados y otros llenos de baches; reversas y giros en u; resaltos y reducciones de velocidad; semáforos que oscilan entre el rojo, el amarillo y el verde; montañas, valles y depresiones; en fin, con subidas y bajadas, como la existencia reflejada en un electrocardiograma.
Podemos estar en diferentes niveles de consciencia en distintas áreas de nuestra vida. Así, es posible que mientras tenemos el logro lógico en los negocios, estos sean en minería extractivista, para nada ecológica, y que estemos desesperadamente buscando pareja, en supervivencia emocional. O podemos ser deportistas de alto rendimiento, en la lucha moderna, necesitados de tribus de seguidores, que calmamos la ansiedad acariciando a nuestra mascota. La clave está en ser auto-observadores, testigos propios, identificar en qué estamos y utilizar nuestro libre albedrío para llegar al segundo grado o no hacerlo, con absoluta presencia.
Estar en segundo grado, la dinámica integradora, nos permite abrazar completamente nuestra historia y la de la humanidad, sin lucha y en aceptación plena de lo que hay. “La vida tal como es”, el planteamiento liberador de Joko Beck y Smith. Aceptar no es resignarse; por el contrario, es dar total cuenta de lo que existe, desde una mirada multidimensional, para iniciar la transformación con acciones integrativas. Por ello, el trabajo interior es tan importante: nos permite reconciliarnos con la vida y actuar a partir del Amor, en mayúscula. En el segundo grado evidenciamos esa fuerza del Amor en todo cuando es y ocurre, incluso en las situaciones más dolorosas y aberrantes. Podemos dejar de ser víctimas, si lo fuimos; parar de jugar al victimario, si lo hemos hecho; y evitar ser salvadores -esos héroes de las películas que no reconocen el valor en los demás, pues lo tienen todo para sí- para convertirnos en agentes de cambio que favorecen al equipo antes que a las individualidades y honran a cada quien en su propio poder.
Como las octavas musicales o lumínicas, los niveles de consciencia también van de siete en siete. Desde el séptimo nivel, integrador, alcanzamos a visualizar lo que sigue: las dinámicas holistas, hacia las cuales tenemos un llamado. “Para entrar en el cielo no es preciso morir”, dice Derroche, la canción de Manuel Jiménez. Esa frase es real, extrapolada del contexto limitado en el que se circunscribe. ¡El cielo puede ser aquí y ahora, si desarrollamos la consciencia!