Los distritos, ciudades y municipios como centros urbanos son lugares de intensa actividad humana, cada vez los encontramos mejor dotados de infraestructura vial, con puentes, grandes avenidas, rotondas, subterráneos, sistemas cada vez más sofisticados de transporte público y grandes retos en movilidad, situación que demanda necesariamente esfuerzos en señalización que regulen la movilidad de los diversos medios de transporte y, por supuesto, su interacción con los peatones.
Las pocas señales existentes en los centros urbanos que hacen alusión a los animales son tradicionalmente de iniciativa privada, puestas en zonas verdes y espacios comunes para invitar a los propietarios de las mascotas a recoger los excrementos o a prohibir el ingreso en locales comerciales, hospitales, centros de esparcimiento y, en algunos espacios públicos donde todavía a pesar de su condición de públicos es imposible ingresar, cada vez aparecen más sitios que permiten el ingreso con clientes acompañados de sus mascotas.
Las vías están hechas y señalizadas para la interacción entre peatones, ciclistas y automotores, por tanto, las normas de tránsito solo hablan de dichas interacciones, así esta contemplado en la Resolución 1815 de 2015 expedida por el Ministerio de Transporte y mediante el cual fue adoptado el Manual de señalización vial y de se adoptaron los dispositivos uniformes para la regulación de tránsito en calles, carreteras y ciclorrutas, en la cual sólo se dispone de la señal que indica animales en la vía, de uso frecuente en las carreteras, pero inexistentes en los centros urbanos.
A pesar de existir dicha regulación y que el término vía de manera técnica está definido en dicho manual como la zona de uso público o privado abierta al público destinada al tránsito de personas y animales, no está permitiendo una adecuada interacción entre los vehículos (automotores, motocicletas, bicicletas, patinetas) y los perros habitantes de calle. Hay acciones en algunas ciudades y municipios tendientes a educar a las personas para que sean respetuosos con estos habitantes de la ciudad pero resultan insuficientes, no tienen la capacidad de generarnos una cultura de respeto por los ciudadanos caninos.
Es una gran preocupación, especialmente por los perros cachorros que no han adquirido las habilidades para manejar las dinámicas del tránsito en su contexto y por los perros ancianos que, a pesar de conocer el tránsito de su zona, las limitaciones físicas no les permite movilizarse de manera ágil. En estos casos la cultura de la movilidad debería exigirnos un comportamiento más solidario y compasivo. Sin embargo a diario tenemos que ver escenas terribles de irrespeto por estos grandes compañeros de la urbe.
Conductores de automotores, motociclistas, ciclistas y usuarios de los medios de transporte de la denominada micromovilidad tenemos el deber tratar con respeto a estos usuarios viales, así como le cedemos el paso a una persona, también debemos cedérselo a un perro, ellos a pesar de sus aprendizajes y adaptaciones al medio urbano no tienen la capacidad de entender toda nuestra simbología de la movilidad. No los atropellemos, tienen suficiente con estar en condición de calle.
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