Somos. Como ello en nuestra cultura se nos antoja insuficiente, necesitamos colocarle algún apellido, que termina pasando por encima del maravilloso verbo ser: soy de centro, de derecha o de izquierda; soy del tal o cual equipo, soy de los buenos, en contraposición a esos que claramente son de los malos. Esta verdad obvia, que sencillamente somos, parece olvidársenos cuando se nos alborotan las pasiones, esas emociones locas que emergen ante una contienda electoral o deportiva. En tales apasionamientos muchas personas aplican la regla del todo vale: vale decir mentiras sobre X o Y candidato, vale amenazar a sus seguidores, vale denigrar de ellos o estigmatizarlos. Se pierde de vista esa calidad de humano que tenemos todos y surge ese sentimiento de creer que hay unos seres que valen más que otros, dependiendo de su afinidad o no con lo que cada quien cree.
Se nos olvida también nuestra propia condición humana, sometida -como la del otro a quien se critica- a la misma dinámica de ensayo, con errores y aciertos, aprendizajes lentos o rápidos. No importa en cuál lugar del espectro político estemos: las pasiones hacen posible que surja la condena a quien es diferente de nosotros, pues ese emblema que enarbola no tiene los mismos colores del nuestro. Tal vez sea por ello que las banderas, que me encantaban cuando era pequeño, ahora tengan tintes de discriminación, exclusión y rechazo. Ya las banderas no me gustan tanto.
Claro, en este mundo de ensayo y error caben esas actitudes anti-amorosas. Que levante la mano quien no las haya tenido, quien no haya sido presa de la pasión en algún momento de su vida y desde ella haya descalificado a alguien. Somos, y en ese proceso de perfeccionamiento del ser se incluye todo eso que no sale tan bien, aquello que podríamos hacer mejor. Ese insulto al otro por ser y pesar distinto, esa descalificación radical a lo que el otro propone o en lo que el otro cree, esa sentencia porque el otro hizo aquello que nosotros jamás haríamos, esa superioridad velada porque nosotros sí pensamos en la manera correcta, mientras aquél se equivoca de cabo a rabo. Nos deshumanizamos al creer que tenemos más derechos que el otro, que sus ideas no caben en el mundo, que necesitamos exterminar todo aquello que no corresponde con nuestros más altos ideales. Cambiamos, entonces, el esencial verbo ser por los subsidiarios pensar, creer, proponer, manifestar, actuar…
Con las elecciones presidenciales en varios de nuestros países es muy probable que nos olvidemos de lo esencial, de ser, y que juguemos a los rótulos políticos. Claro que es necesario tomar partido político. Yo lo tomo por la reivindicación de los derechos humanos, la pluralidad en el libre desarrollo de la personalidad, el poner a la Tierra y lo humano en el centro del diálogo y la acción desde un estado laico. Reconozco que hay otras formas de ser, que todos estamos en proceso. Que en medio de las diferencias, somos.